Lo que no ha hecho jamás la selección mexicana de futbol lo hizo El Chapo por nosotros. Gracias a él, México ha estado esta semana en las primeras planas del mundo entero. Todos los medios volcados sobre él, glorificando su hazaña, y poniendo en tela de juicio la ya vapuleada reputación del gobierno. Desde el sábado cuando se dio a conocer su huida “hollywoodiana” de la cárcel de alta seguridad del Altiplano, El Chapo no ha dejado de producir entretenimiento: arrestos masivos, videos, narcocorridos, memes.
Poco importa si lo hizo realmente a escondidas, como pretende el gobierno, o corrompiendo a las autoridades; poco importan las decenas de interrogantes que aún planean sobre su escape; poco importa que nadie haya notado la construcción de ese túnel clandestino con el ruido que implica una obra de esas dimensiones —si yo no soporto a los obreros que están cambiando una cocina debajo de mi casa, ¿es posible que en todo el penal nadie haya escuchado semejante obra de ingeniería?—. La credibilidad es lo de menos. Ya nadie parece recordar el video que montó la policía sobre el arresto de Florence Cassez y su exnovio, que la televisión exhibió con todo bombo. Lo que importa ahora es el espectáculo, un show que parece inspirado de La dictadura perfecta, la película de Luis Estrada.
Una vez más triunfa en México la figura del maleante. Como nadie cree ni en la legitimidad ni en la eficiencia de las autoridades, la gente se entusiasma cuando un personaje como El Chapo logra burlarse de ellas. El ladrón astuto y cínico contra los bandidos mustios disfrazados de corderos.
Desde Pancho Villa hasta El Chapo nuestro Panteón está constituido por maleantes. Cuando estuve en Sinaloa, en 2005, una de las cosas que más me impresionaron fue la capilla y el culto a Jesús Malverde, también conocido como “el bandido generoso” o el “santo de los narcotraficantes”. Su capilla es un santuario tapizado de placas de agradecimiento, ex-votos, velas y flores que exponen la devoción de sus fieles. Ya en ese entonces, El Chapo gozaba de una adoración semejante. Muchos le agradecían su protección y su generosidad hacia las comunidades pobres de Sinaloa. Se le consideraba una especie de Robin Hood dispuesto a enfrentarse con el mal gobierno para defender las necesidades de los pobres. Ahora el culto al Chapo se ha extendido a todo el país.
Con una fortuna, valorada en más de mil millones de dólares, y considerado uno de los hombres más ricos del país por la revista Forbes, El Chapo surge ahora como un ejemplo de inteligencia. El narcotraficante constituye un ícono para la juventud mexicana, el mayor ejemplo de self-made man. Cualquier adolescente que haya nacido en la miseria ya tiene a quien emular y este circo alrededor de su figura no hace sino reforzar esta tristísima tendencia.
( Guadalupe Nettel)