El documental Cartel Land [Tierra de carteles], dirigido por el cineasta norteamericano Matthew Heineman y producido por Kathryn Bigelow (The Hurt Locker y Zero Dark Thirty) comienza con los faros de una camioneta abriéndose paso sobre un camino de terracería en el cénit de la noche. La camioneta se estaciona y hombres encapuchados, varios de ellos con camisas o gorras de las Fuerzas Rurales creadas por el excomisionado de Michoacán Alfredo Castillo, bajan tambos que contienen químicos necesarios para cocinar metanfetaminas.
Un hombre con el rostro cubierto toma la palabra: “Somos los cocineros de metanfetaminas #1 de Michoacán”. Luego alterna la palabra con otro de sus compañeros, igualmente cubierto, y escuchamos frases como: “El lugar donde más droga se vende es los Estados Unidos”. “Pues qué te voy a decir: claro que hacemos daño, lo sabemos. […] Pero te vuelvo a repetir, somos de bajos recursos, estamos pobres. Si estuviéramos bien, anduviéramos como ustedes –dice el segundo hombre mientras señala a la cámara– viajando por todo el mundo, los países, haciendo trabajos limpios y buenos como los de ustedes”.
La idea original de Heineman era realizar un documental sobre el creciente grupo de vigilantes norteamericanos que, ante la penetración de los cárteles mexicanos en territorio estadounidense, han decidido armarse y formar milicias civiles para hacerles frente. Cuando Heineman estaba a punto de comenzar el rodaje, su padre le envío un video del recién formado grupo de autodefensas del doctor José Manuel Mireles y decidió que ampliaría el documental para mostrar la creación de ejércitos civiles en ambos lados de la frontera.
El resultado es una cinta estremecedora que acompaña el surgimiento de las autodefensas en Michoacán (con imágenes escalofriantes de combates entre estos y miembros de los Caballeros Templarios), su posterior enfrentamiento con el ejército, la intervención de Castillo y la creación de las Fuerzas Rurales, y la posterior detención de Mireles y fragmentación de casi todos los grupos de autodefensas.
El documental termina en el mismo escenario en el que comenzó. Un hombre ataviado con el uniforme de las Fuerzas Rurales brinda declaraciones en un laboratorio clandestino al aire libre. Lo escuchamos hablar en un inglés perfecto: “Ahora que somos parte del gobierno, tenemos que mantener los laboratorios en un perfil bajo […]. Nadie puede detener a los cárteles, no importa lo que hagan para intentarlo. Las drogas se van a cocinar en Michoacán o en Sinaloa o en Guerrero. Nunca va a detenerse. Punto. Es el cuento de nunca acabar”.
Menos va a acabar si se pretende combatir este gravísimo problema con propaganda gubernamental o con tozudez ideológica como la del comisionado nacional contra las adicciones Manuel Mondragón y Kalb, cuya reciente declaración señaló que no quiere que México se vuelva “un país mariguanero”. Supongo que es mejor un Estado fallido en el que narcotraficantes controlan buenas partes del territorio y hay un creciente número de milicias civiles que nadie sabe a ciencia cierta cómo se financian o para quién trabajan.