La austeridad en México es cosa seria. Tomemos un ejemplo espléndido. Antes de que sus tijeras llegaran al Senado de la República, cada uno de los preclaros legisladores de la ‘Cámara Alta’ percibía mensualmente 117 mil 600 pesotes. Luego de que doña austeridad apareciera, esa cifra cayó de modo dramático. Ahora, los sacrificados patricios perciben tan sólo 117 mil 500. Como lo oye usted: les quitaron 100 machacantes por cabeza (“percápitamente”, como dice el señor presidente) de la nómina. No se rían: ya quisiéramos encontrarnos 100 pesos hechos bolita en la bolsa de un pantalón. Hay que aplaudir el esfuerzo de los caballeros. Claro: a la humilde cantidad que les llegará ahora, cada quincena, hay que añadirle otros piquitos que los benefician, aquí y allá, a lo largo del tiempo: el aguinaldo de 40 días, el millonario seguro de separación individualizado, el seguro de vida por 40 meses brutos de sueldo, el seguro de gastos médicos de 1500 salarios mínimos y las “ayudas legislativas” para traslados, “atención ciudadana” y asistencia, que juntos, caray, ya son otra lanita.
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A cambio de mantener esas minucias, a los buenos hombres les recortaron también el dinero para darles “lonches” y “vinos de honor” a las visitas y hasta la posibilidad de que la República le pague los celulares hasta al último de sus empleados (ahora sólo se liquidará las facturas de “mandos medios” para arriba). La apretada de cinturón en las galletitas de los visitantes y la restricción celular para los ayudantes son puntos clave, hemos de suponer, para reestablecer las maltrechas finanzas de la República, que anda como loca sofocando presupuestos para trenes, manteniendo a los mercados financieros con el Jesús en la boca y mirando caer los precios del petróleo con el rostro de dolor con el que uno ve su salario ser aniquilado en el súper.
Mantengamos la esperanza. Según el informe oficial, la austeridad senatorial nos ahorró a los contribuyentes alrededor de 7.5 millones de pesos en 2014, algo así como el salario neto anual de cinco senadores. Lo malo es que son 128 pero en fin: menos da una piedra.
En concordancia con ese espíritu ahorrador, me atrevo a sugerir algo: que se dejen de imprimir de una vez y para siempre esas estúpidas lonas que sólo sirven para colocar en ellas el nombre de un evento (por ejemplo: “Decimonono Foro Legislativo sobre el Recorte a las Galletas”), la respectiva fecha, los colores patrios y una multitud de logotipos. Estas lonas imbéciles se reproducen con la misma puntualidad y fertilidad de los conejos, nunca pueden ser utilizadas otra vez (para eso se les pone la fecha) y no cumplen más función que la de “dar imagen” a fotografías oficiales que a nadie le interesan y ni el más lambiscón de los medios va a reproducir. Jalemos el hilo de esas lonas inútiles y comenzaremos a entender la madeja de gastos abominables en que incurren quienes nos gobiernan y que van más allá de los celulares y las galletitas.
(Antonio Ortuño)