Además de ser uno de los artistas mexicanos más talentosos e importantes en décadas, Daniel Guzmán (Ciudad de México, 1964) es bajista de la banda Los Pellejos, donde alterna con Mariano Villalobos (batería), Oscar Garduño (guitarra) e Ignacio Perales (voz). Ha editado libros como My Generation, que incluye un texto clave para entender a Guzmán, de Abraham Cruzvillegas así como obras de artistas como Otto Dix, José Clemente Orozco, Julio Ruelas, Paul McCarthy y Roberto Turnbull, entre otros. Esta vocación multidisciplinaria quizá explica porqué Guzmán no realizaba una muestra individual desde que expuso Don’t Ask Me How The Time Goes By, en la Galería Stephen Friedman, de Londres, en 2009. Seis años después, regresa con una impresionante obra, exhibida actualmente en la galería kurimanzutto, titulada Death Never Takes a Vacation, en la que el artista defeño hace un estudio de la diosa Coatlicue –figura que lo fascina por poseer, como Apolo, el don de la vida y de la destrucción–, así como del cuerpo desnudo femenino.
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Utilizando su clásico papel estraza como lienzo, Guzmán es artífice de una iconografía en la que se refleja un hondo y muy particular trasfondo mitológico que hibrida las deidades aztecas con los rasgos más escatológicos, mundanos y tangibles del cuerpo (sus excrecencias y desfiguros pero también sus voluptuosidades y encantos). Este carácter cuasimístico se contrapone con una dialéctica existencialista cimentada en lecturas como La náusea de Jean Paul Sartre o en obras como El extranjero, La peste o La caída de Albert Camus.
Virtuoso del dibujo y del trazo, excepcional en la transfiguración de íconos sagrados, brutal en la determinación con la que condena la vanidad del hombre, Guzmán muestra en cada uno de sus cuadros la pugna milenaria por conciliar su condición efímera, esa nada que somos para el cosmos, ese suspiro que supone la existencia, con la capacidad de vincularnos y trascender nuestro cuerpo, de desafiar el tiempo, a través del cultivo de una espiritualidad libre. Como si el hombre en sí mismo fuera una entidad despreciable y corrupta, pero su capacidad creadora pudiera redimir no al individuo, pero sí a la especie. Death Never Takes a Vacation, ha dicho el artista, “gira alrededor de las diosas de la madre tierra, que logra representar conceptos como la fertilidad, la vida, la muerte y el sacrificio”. Su fascinación por la Coatlicue encaja de forma quirúrgica en el cuerpo de su obra: furiosa y cautivadora.
(Diego Rabasa)