Murió hace unos días uno de los grandes genios de nuestra era, me refiero al médico, escritor y explorador de la mente Oliver Sacks. En febrero de este año, Sacks publicó un texto en el New York Times titulado “My Own Life” (Mi propia vida), en el que informaba a sus lectores que había sido diagnosticado con un cáncer terminal en el hígado.
En su texto aseguraba que habría de vivir los últimos meses de su vida de la manera “lo más rica, profunda y productiva posible”. En términos generales podía haber dicho “tengo que vivir lo que me queda de vida de la misma manera en la que lo he hecho hasta ahora”.
Autor de decenas de libros, traducidos a más de 20 idiomas en todo el mundo, adaptados al cine, la televisión y el teatro, algunos de ellos verdaderos clásicos sobre las ciencias que estudian el funcionamiento del cerebro, como Despertares (su obra más famosa, más no necesariamente la mejor, llevada al cine en una cinta protagonizada por Dustin Hoffman y Tom Cruise), El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Un antropólogo en Marte, Musicofilia y Alucionaciones, entre muchos más, Sacks fue ante todo un artista. Una de las convicciones que marcaron de manera más profunda su carrera fue la determinación con la que logró trascender los meros defectos en el funcionamiento mental para convertirlos en casos de estudio fascinantes. Por ejemplo, unos gemelos superdotados que no pueden lidiar con los aspectos más simples de la vida cotidiana pero capaces de memorizar números de 300 dígitos, una persona con un IQ menor de 60 capaz de interpretar arias completas, individuos que pueden ver cómo su mente se desdobla fuera de su cuerpo a través de vívidas alucinaciones.
Humanista irredento, obsesivo con los detalles y un apasionado de todo aquello que existe fuera de los márgenes, Oliver Sacks desarrolló una gran empatía por sus pacientes –y en general por la condición humana– y nos mostró cuán hondo es el enigma de la mente y cuán poco conocemos sus misterios. Para Sacks no había tal cosa como disciplinas que separaran el conocimiento humano. Encontraba la manera de conectar la ciencia neuronal con la música, la memoria con las artes, la vida cotidiana con la filosofía. Por sus páginas desfilaban personajes que bien podrían haber salido de la pluma de Borges o Calvino, como por ejemplo un hombre que a la edad de 42 años es alcanzado por un rayo y encuentra su vocación como pianista, otro más cuya memoria alcanza sólo un rango de siete segundos, excepto en lo que a memoria musical se refiere, o un hombre que trabajaba como operador radioeléctrico al interior de un submarino que sufrió una rara amnesia que lo dejó congelado en el año 1945 durante tres décadas.
Su pensamiento despliega la estrecha relación que existe entre el conocimiento y la imaginación, la ciencia y el arte. Un hombre de época que enriquece la experiencia humana mucho más allá de los confines que la arbitraria, y en muchas ocasiones violenta, vocación por normalizar la experiencia ofrece. Se fue Sacks pero, dejó tras de sí una obra inmortal.