Carlos Salinas de Gortari es, Pedro Aspe dixit, un mito genial. Su inteligencia siniestra lo llevó a desplegar el neoliberalismo para abrir un México cerrado al mundo. A lanzar Solidaridad en Chalco, el rincón de nosotros los pobres más efectista del México olvidado, un caserío de lámina y cartón a 40 minutos del DF.
Y a restablecer la relación Estado–Iglesia en uno de los países más católicos del mundo.
Estrellitas en la frente del presidente con más orejas de este país. Hasta que, Emmuel Dixit, todo se derrumbó cuando la Secretaría de Hacienda de Luis Videgaray hizo descender a la realidad las esperanzas de crecimiento económico para 2014.
El desplome en las expectivas de crecimiento puede ser el golpe con efecto retardado más largo en la historia de la política mexicana.
¿El fin de la doctrina neoliberal aplicada como ungüento mágico a todos los males desde hace 26 años? ¿La muerte del Salinismo que parece más vivo que Fidel Velázquez a los 80 años?
No se trata del más encendido discurso pejista, porque ni soy político para pronunciarlo, ni soy pejista para idearlo y difundirlo. Pero el acto en el que Luis Videgaray no se atrevió a dar la cara en el anuncio de cómo el gobierno de Enrique Peña Nieto le quitaba los alfileres al optimista cálculo de crecimiento, y cómo éste caía al piso como Manny Pacquiao fulminado por el puño-camión sin frenos de Juan Manuel Márquez, representa uno de esos momentos luminosos en la historia de un país que sirven para pensar en algunas cosas.
Pensar si este instante representa la sepultura del modelo neoliberal mexicano.
México es tal vez el único país del mundo que ha mantenido la misma política económica durante tanto tiempo, un cuarto de siglo en el que no se ha resuelto el tema vital del crecimiento interno.
Salinas se sacó el neoliberalismo de la manga de uno de esos esmoquins que lucía tan bien en las cenas de gala de la Casa Blanca, y le pasó a Zedillo la estafeta. El presidente que sí sabía como hacerlo le dio continuidad sin grandes resultados, y lo traspasó al gobierno panista de Vicente Fox.
El presidente de las botas lo aplicó sin modificarle una coma y se lo heredó a Felipe Calderón, que metido de lleno en la guerra contra el narco siguió a ciegas los dictados del modelo neoliberal. El presidente del desempleo y los 100 mil muertos puso la pócima mágica en manos de Enrique Peña Nieto, que la metió a la olla de la Secretaría de Hacienda para continuar preparando fórmulas incomibles de crecimiento económico.
Si el neoliberalismo pragmático de los Chicago Boys transformó a Chile en otro país con tasas de crecimiento insospechadas, en México ha perpetuado el fracaso económico como si cinco gobiernos en fila hubieran jugado a la lotería con el mismo billete quemado.
El descenso en las expectativas de crecimiento puede ser un puño en la quijada de Videgaray y el alfiler que desinfle el globo en el que se ha convertido el gobierno de Enrique Peña Nieto. Y puede representar algo mucho más hondo. El fin del salinismo y la fórmula neoliberal que desde hace cuatro sexenios ondea en este país como una de esas banderas gigantescas que Zedillo sembró por todas partes en su gobierno.
El neoliberalismo ha acumulado más agujeros que una calle de Valle de Chalco, el llano que Salinas pavimentó y dotó de agua y luz cuando México era el milagro económico que ha envejecido de tanto ser proclamado.
El milagro que 26 años después seguimos esperando.
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(Wilbert Torre / @WilbertTorre)