Hace un par de días Cuauhtémoc Cárdenas tomó la decisión de dejar al PRD. Hace doce años yo también renuncie al PRD. Creo que entre su renuncia y la mía hay un abismo de diferencia. Y no puedo dejar de percibir que esta renuncia viene tan tarde y tan mal que no sirve ni para empezar a evaluar a la descompuesta izquierda.
En agosto del 2002 tomé la decisión de separarme del Partido de la Revolución Democrática y lleve una carta a la entonces presidenta del Comité Ejecutivo, Rosario Robles, para hacer de su conocimiento que yo ya no podía seguir militando en ese partido de izquierda.
Las razones de mi renuncia eran tanto más elementales que las de Cárdenas. Las mías fueron las que puede tener un militante de a pie, como era notoriamente mi caso: mi partido me demandaba incurrir en todas las practicas que habíamos combatido y denunciado contra la gobierno y el priismo – acarreo, clientelismo, lucro con la pobreza. Sus liderazgos eran mezquinos y poco incluyentes y los seres más respetables estaban en franca retirada –o al menos repliegue.
Renuncié porque el PRD en su dinámica de corrientes me obligaba a tener mis ‘grupos de solicitantes de vivienda’, ‘taxistas organizados’, ‘comerciantes ambulantes’ y cuanto grupo más de la vida urbana usted pueda imaginar, todo ello para poder acceder a espacios mínimos de representación. Cárdenas nos dice en su carta que renuncia porque la reunión con Navarrete vino tarde y que su ‘decisión corresponde sólo a mis circunstancias personales’.
Perdón pero el PRD del 2002, como el del 2014, no eran ese espacio político que habíamos soñado en 1988, espacio que lograría unir a las izquierdas múltiples y disímbolas y darles una capacidad de frente electoral competitivo y transformador.
El PRD ya no era, según mi cálculos tampoco lo es ahora, un partido que se ceñía a una agenda política progresista y transformadora, y más bien se hundía más en las redes del sistema político tradicional. Me confirmaba esto Andrés Manuel López Obrador y su gestión en la Ciudad de México y la incapacidad partidista para construir reglas de competencia y convivencia que no privilegiarán la cantidad si no la calidad de la militancia. Cárdenas pudo haber sido parte de una agenda que cambiara la forma en la que el PRD operaba, que le devolviera el cáliz ciudadano y lo arrancara de las manos de los grupos corporativos. Pero no quiso, ni pudo tal vez.
Al leer la carta de Cárdenas confirmo la decisión que tome hace doce años y agradezco no estar en su situación.
Cárdenas, como muchos otros perredistas con talento, conciencia y principios, han sido partícipes silenciosos de una izquierda que ha permitido los Abarcas, Ángel Aguirre (a quién todos combatimos en algún momento), los Greg Sánchez, los Bejarano, decenas más de personajes funestos y los fraudes internos.
Pero más aun, son todos responsables de darle impulso a la izquierda más doblemoral, sinvergüenza y oportunista: Morena.
No hay que equivocarse la aguda crisis nacional esta cruzada, en gran medida, por una izquierda incapaz, cómplice y deslavada. Sin izquierda sólida y talentosa el país seguirá extraviado entre coordenadas oficialistas y de derecha.
Con su decisión Cárdenas marca el final de una izquierda que fue indispensable para tener un país con mínimos tintes democráticos y ciudadanos. Sin embargo tiendo a creer que Cárdenas renuncio al PRD hace mucho más tiempo. Tal vez por ahí por donde yo renuncié.
Cárdenas puede ser criticado por todos pero siempre deberá tener un reconocimiento hondo por lo que su figura y su momento significaron para México.
(Luciano Pascoe)