No es elegante autocitarse, pero el 9 de marzo pasado, 95 días antes del inicio de la Copa del Mundo, dije en esta columna tras un amistoso contra Nigeria: “nuestra afición le arrojó varios ‘¡Putoooo!’ al portero nigeriano Austin Ejide cada que despejaba. No es un grito chistoso, ni ingenioso, ni divertido, ni civilizado, ni inteligente, pero ya es habitual. Si seguimos emitiendo ese grito en el Mundial de Brasil, ahora sí nos ganaremos un título irremediable: los más imbéciles del mundo”.
Me equivoqué. Resignado a oír en los partidos mundialistas el “puuuto” cada vez que el portero camerunés y el brasileño despejaban, mi percepción cambió. No éramos imbéciles por ese grito, sino por la breve imagen que la TV transmitió dos o tres veces un instante después del grito: la porra matándose de risa en la tribuna. Es decir, a nuestra afición el “puuuto” le resultaba tan simpático que reía cada vez que su garganta lo descargaba. Esa risa patética por algo que no da risa me dolió menos que una foto de la agencia AP: de pie en una calle brasileña, un joven mexicano con jersey del Tri se empinaba una botella de tequila. El chorro ámbar caía en una boca tan abierta como si estuviera en el dentista, con los músculos de la quijada forzados para que el fotógrafo captara su campanilla. Sufrimos que el mundo nos vea como sombrerudos dormitando borrachos a la sombra de un nopal, pero el estereotipo es de quien lo trabaja.
La risa patética tras el ¡puuuto! y el aficionado regodeado en su peda me enfermaron menos que el feroz Movimiento Nacional Pro Puuuto que engendró en redes sociales la investigación de la FIFA por discriminación sexual: muchos dijeron que quien critica el grito es neurótico intelectual y mojigato (es decir, aceptas el puuuto o eres un puto, reza el rosario y no veas fut), que por una evolución lingüística la palabra perdió su sentido original (eso me suena a patraña) y no discrimina a los gays (si así fuera, eso no tienen por qué saberlo el arquero y la afición rival); que el puto es una perla de nuestro “lenguaje vivo” (entonces, que mejor se muera), que al estadio se va a insultar (¿dónde está escrito?), que la ¡puta! FIFA ni se atreva a reclamar pues en su interior hay corrupción (si la hay, no pierde el derecho a reglamentar su fiesta).
Aunque el “puuuto” sea inocente catarsis, concedamos que representa un himno a la imbecilidad (¿nuestra inteligencia no da para un cántico un poco más perspicaz?): quizá, con los años, nadie recuerde a México en Brasil 2014 por las hazañas de los muchachos de El Piojo, sino por sus penosos fanáticos. Si hoy ante Croacia seguimos gritando “puuuto”, el legado que dejaremos será: aquella afición verde que se vejaba a sí misma insultando a los demás.
(ANÍBAL SANTIAGO / @apsantiago)