Existe la creencia de que el mexicano es abierto y franco, pero en realidad puede ser cerrado, receloso y desconfiado. Hay en nuestra personalidad un ocultamiento consciente que afecta a la colectividad: resistirnos a ser escrutados nos impide reconocer traumas, conflictos y resentimientos nacionales, y entendernos más y mejor para superarlos como país.
Somos capaces de abrir nuestra casa y acoger a un desconocido, pero difícilmente nos despojamos de esa máscara que evita mostrarnos. Otras sociedades, en apariencia distantes y enclaustradas como la americana, están más dispuestas a la introspección ajena, quizá porque están habituadas a un ejercicio de revisión individual y colectivo de la realidad.
En ese intento, el periodismo juega un papel determinante, aproximándose a personas y grupos para arrojar luz sobre ellos y explicar sus comportamientos, conflictos y motivaciones, en un esfuerzo de comprensión que envuelve al conjunto de la sociedad.
Hace unos años, The New Yorker publicó un reportaje sobre un padre que aceptó hablar sobre su hijo, un adolescente que mató a una veintena de estudiantes y se suicidó. Era una historia de padecimientos mentales ignorados o desatendidos por autoridades de salud y educativas, que logró iluminar una zona compleja y obscura de la sociedad americana.
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En México el periodismo es ajeno a esas reflexiones necesarias. Cito el caso de Kate del Castillo: ¿por qué se concentra todo en su fascinación por el Chapo–el linchamiento en los medios– y no se recibe como un esfuerzo por conocer y contar la historia de un hombre que podría ayudar a entendernos mejor como país?
¿Por qué los medios difunden los mensajes entre ambos, en lugar de indagar en las complicidades y rasgos políticos y sociológicos que posibilitaron un imperio del narco?
Los medios están invadidos por la epidemia de la declaración, que consiste en replicar y tomar como ciertos los dichos. Hace tiempo que descreo de la entrevista y la declaración, y apuesto a observar, escuchar y relatar para intentar explicaciones más hondas y complejas. El periodista debe ser un traductor de realidades y no un transmisor de mensajes.
Creo que Sean Penn debió hacer preguntas indispensables al Chapo, pero ¿en verdad esperábamos grandes revelaciones a un interrogatorio de Ministerio Público? En contraste, hay una escena brutal que revela más que 11 mil palabras: Penn describe cuando se encuentran con un retén militar y, al reconocer al hijo de Guzmán, un militar saluda y los deja pasar.
Más que 100 preguntas con respuestas controladas, una escena ayuda a entender el laberinto del Chapo Guzmán y sus implicaciones políticas y sociales en un país –una sociedad– socavado por la corrupción y la impunidad.
Coda: El secretario de Gobernación asegura que es falsa la complicidad militar. Quizá Osorio actuó con la lógica de los medios: ordenó preguntar a los soldados si era cierta, y respondieron que no.