¡Ah, pocas cosas como linchar a alguien! Después del espíritu navideño no creo que haya otra razón que nos convoque y nos unifique tanto como un linchamiento masivo. Diría Lucero que somos unos “adorados”. Ya quisiera nuestra incipiente democracia tener el poder de convocatoria del llamado a joder al prójimo. Podremos sentirnos muy modernos y utilizar artefactos de alta tecnología para comunicarnos, pero a la hora de linchar nos ponemos el cucurucho ku klux klán en la cabeza y nos preparamos a encender la hoguera.
Cualquiera pensaría que somos malvados, pero en nuestra defensa puedo decir que tampoco decapitamos a nadie, ni lo quemamos en la plaza, ni los desollamos como los aztecas… bueno, o sea, sí lo hacemos, pero no por este tipo de linchamientos del tipo Lucerito que, más bien, se dan en las redes sociales, sino por los otros linchamientos, los que suceden en el mundo real y no en el virtual. El tipo de linchamientos que han aumentado en los últimos años ante la misma ausencia de autoridad que ha dado lugar a los grupos de autodefensa.
A falta de justicia real, linchamos. Y el linchamiento nos hace sentir que alguien se llevó su merecido, cosa que muy rara vez sucede a través de las instancias que procuran justicia en este país. Justo un día antes de que Lucero encendiera la chispita que prendió su hoguera, pasaba por cierta calle de esta ciudad donde me encontré una manta gigante que decía: “Señor ratero: si es sorprendido robando en esta colonia ¡LO LINCHAREMOS! Bajo advertencia no hay engaño”. Cada vez es más común encontrarse con esos mensajes en México y con la noticias de que dichas amenazas fueron cumplidas.
Qué linche, digo, qué pinche que tengamos un aparato judicial tan costoso para que al final los habitantes de una colonia o una comunidad opten por linchar a quién evidentemente la justicia no va a detener, ni a juzgar, ni a reincorporar a la sociedad, pero sí va a intentar rescatar del linchamiento. Qué pinche que el mismo estado que no es capaz de cuidar a sus ciudadanos decida ejercer un linchamiento fiscal señalando a los deudores. Qué pinche que Lucerito le ande cantando a la virgen y llorando por los niños del Teletón y a la hora de la hora le guste matar animalitos y pintarse su carita con sangre. Y qué pinche que el resto se entretenga viendo a ver a quién lincha a través del espectáculo de nuestra doble moral sin que ese linchamiento vaya más allá de cobrarle a alguna celebridad la factura de su hipocresía e incongruencia. Pinche y divertido, por cierto.
Los aztecas sacrificaban a sus enemigos para salvar al universo de su destrucción. Nosotros lo hacemos por mera recreación, simplemente para no aburrirnos. Lo cierto es que, en lo que sacrificaban al elegido, lo llenaban de lujos y hasta le ofrecían cuatro cónyuges, es decir, prácticamente le daban una vida de actriz de telenovelas. Bajo ese parámetro a Lucero se le trató conforme a la tradición antes de su sacrificio virtual y se le dio el menos agresivo de los linchamientos que se ofrecen en este país. En el fondo quizás debería agradecer que no se le condenó a ver sus propias telenovelas. Ahora sólo queda preguntarse quién será el siguiente elegido para la piedra de los sacrificios, que es la misma piedra de la que está hecho este gran Molcajete Cósmico.