Kafka fue uno de los más grandes escritores de su siglo en buena medida por la genial y desasosegante forma en la que logró retratar la insalvable distancia que media entre el individuo común y corriente y los círculos más elevados del poder. En El castillo el agrimensor K. lucha sin éxito por encontrar una fisura que le permita acceder al cerrado perímetro (el castillo) donde una masa ambigua y esquiva de funcionarios está separada de los habitantes del pueblo por una impenetrable pared de burocracia. En pocos países como en el nuestro se puede palpar de manera tan espeluznante la realidad kafkiana.
La clase política mexicana ha renunciado a la posibilidad de conectar con el electorado más crítico. Replegados al interior de un ecosistema que funciona con base en la complicidad con la que se solapan las ubicuas corruptelas entre los partidos políticos, los actores y las actrices del simulacro político-electoral se han entregado a un vergonzante y humillante espectáculo, con la confianza de que en el fondo el sistema protege al interior del castillo tanto a unos como a otros.
Los comicios del próximo domingo no servirán como termómetro para medir las preferencias electorales de los votantes. El nivel de intervención en la contienda por parte del crimen organizado, de dinero público o de poderes fácticos corporativos hace que el resultado tenga poco valor en términos de representatividad ciudadana. En cambio las campañas han servido como una radiografía puntual del momento por el que atraviesa este país en el que la mentira se usa como instrumento, la ley como prótesis del poder y en donde la corrupción y la coacción son los elementos esenciales sobre los que descansa cualquier estrategia partidista para llegar al poder. El hartazgo y el descreimiento del electorado amenaza con dejar el país a la deriva de aquel o aquella que pueda detentar con mayor brutalidad, violencia o cinismo sus aspiraciones. En el centro del quehacer político se encuentra la violencia como un síntoma preciso de nuestra realidad. Más de 70 atentados contra candidatos y candidatas rubrican el estado de nuestra democracia. En México Kafka encontraría la derrota de su imaginación. Aquí ni siquiera los habitantes del castillo están a salvo de las llamas que prefiguran nuestro interminable naufragio.
( Diego Rabasa)