Supongamos que la vida te dio un cuerpo inmenso y una cabeza chiquitita con forma de papaya. Ojos pequeños y cachetes enormes. Supongamos que entre la cabeza y la espalda, ahí donde tendría que estar el cuello, tienes una especie de carnosidad, como si tu piel fuera una chamarra y ahí guardaras el gorrito, o como si fuera una almohada de cuello de esas que se usan en los aviones.
Supongamos que eres una mezcla entre Jabba de Hutt y el Cochiloco y que, aunque eres poderoso y –según tú—muy simpático, simplemente no encuentras a alguien que te quiera de corazón porque en términos generales eres un gorrino pantagruélico incapaz de amar a nadie.
Supongamos que te has sentido solo durante tu vida. Solo, feo y miserable, pero afortunadamente tu “trabajo” te ha dado dinero y poder para comprar la idea de que no lo eres. Supongamos que tu padre, un Gargantúa todopoderoso, te golpeaba al tiempo que te enseñaba las artes de pepenar almas y votos, y que heredaste su trono y que los súbditos de tu padre ahora te tienen miedo a ti. Supongamos que aprovechándote de ese miedo has amenazado y golpeado o por lo menos acostumbras mandar a otros a hacerlo, dizque para cuidar tu imagen. Supongamos que bajo esa concepción prehistórica de la política has edificado tu largo y corrupto imperio.
Supongamos que ese eres. Una criatura deleznable surgida de mi retorcida imaginación, o de la de George Lucas, o de la del PRI, que ha creado más monstruos que el sueño de la razón. Y no eres un monstruo virtuoso como Joseph Merrick, el hombre elefante, ni un monstruo inocente como la criatura del Dr.Frankenstein que a todos nos cae bien aunque está horrible.
Supongamos que para compensar esa falta de amor y de educación, ese exceso de zapes paternos que hasta te sacaron un callo en la nuca, esa visión miserable de la vida en la que todo se compra, se prostituye o se violenta, aprovechas tu poder y el dinero del que dispones para hacerte de un harén de mujeres que realmente buscan otro tipo de trabajo y no el de prostituirse a tu antojo. Supongamos que utilizas toda la infraestructura de tu pequeño y decadente territorio de poder en pos de satisfacer tus más primarios deseos: los deseos de un onagro en primavera, de un priista gorilesco que ha hecho de la impunidad su rúbrica y que como un Midas al revés, todo lo que toca lo convierte en basura.
Supongamos que eres tú, que todos te están mirando, que saben lo que infructuosamente escondes. ¿Qué vas a hacer? Seguirás negándolo y ocultándote bajo la sombra protectora de tu partido, seguirás tapando el escándalo con dinero y amenazas. ¿No sientes por lo menos un poco de pena, o de plano ya no hay nada que pepenar en el fondo de tu alma? ¿Acaso el monstruo se comió por completo a la persona que eras?
Lo único que no podemos suponer es que seas el único. Sabemos que hay muchos como tú. En los partidos y en las empresas, y también en algunos de los medios que ahora te denuncian, y que todos están de una o de otra manera impunes a la sombra del ogro proxenético, ese que antes Octavio Paz decía que era filantrópico.
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(FERNANDO RIVERA CALDERÓN)