Se trata de Erwin González. Es alegre y buen conversador. Sus sueños eran convertirse en el Michael Phelps mexicano hasta que un día su profesor de natación lo reprobó en la escuela nacional de alto rendimiento. Pero hoy es uno de los más rápidos en el mundo en otro deporte fuera del agua.
En esas fechas su padre acababa de conocer a Javier Rodríguez, un apasionado de la marcha que entrenaba a muchachos al aire libre, en las inmediaciones del autódromo Hermanos Rodríguez, y le recomendó acercarse a él para que le ayudara a reforzar su condición y técnica en esa disciplina.
Hasta entonces lo más rápido que había caminado o corrido era cuando se le hacía tarde para aparecer en la puerta de la escuela antes de que sonara la chicharra o cuando sentía que el autobús del transporte público iba a dejarlo.
Su primera cita fue en el Nevado de Toluca, a donde Rodríguez ese día llevaba a sus campeones nacionales a una preparación especial. Así, sin más ni más puso a calentar a Erwing y luego a correr al lado de las promesas. ¿Cuál fue la sorpresa? Que al final de la competencia el chico nuevo dejó atrás a los campeones.
“Quiero que alguien del deporte se fije en mi”, fueron sus pensamientos mientras apretaba el paso y decía adiós a sus compañeros de la misma generación, más o menos entrados en los 13 años. “Estás muy fuerte”, dijo el entrenador después de darle una seca palmada, fiel a su estilo, en reconocimiento a su resistencia.
A los tres meses ya estaba compitiendo y aunque no quedó en los mejores tres hizo una digna representación que le dio vida a su proyección. Vinieron más encuentros nacionales y empezó a mejorar sus marcas. Continuaron los internacionales y brilló. Empezó a colgarse medallas de bronce.
Su placer por la lectura lo metió en la historia de la marcha en México y conoció a los mexicanos que ganaron campeonatos mundiales. Al leer el libro: Así gané, la historia de Raúl González, se le metió en la cabeza esto de que cómo ese atleta ganaba dos marchas: la 20 y 50 km después de intentarlo en cuatro juegos olímpicos y dijo: “¿Por qué yo no, sí el lo hizo después de los 30?”, cuando apenas el chico estaba en los 16 años.
Siguieron más competencias en las categorías mayores para él, pero donde lo pusieron a competir y acumuló triunfos. Erwin González, quien vive en la colonia Guelatao, Iztapalapa, me dijo que seguirá rompiendo récords, a pesar de que en una competencia que tuvo en el campeonato mundial de Barcelona un golpe de calor lo reventó poco antes de llegar a la meta.
“Me quedé atrás. Ya no jalé, ya no pude. Sentía que mis pulmones se reventaban y me frené”, me contó.
Un especialista detectaría después que a esa prueba llegó sin un gramo de grasa en la musculatura, cuando la reserva marca un mínimo de 10 por ciento y un óptimo de 32. No fue culpa suya, el problema es que los médicos de la Comisión Nacional del Deporte (Conade) que lo atendieron o no conocen su trabajo o si lo conocen no aplican los conocimientos ni recomendaciones como se debe.
“Aún así, jamás dudé en hacerme a un lado. Reflexioné y platiqué conmigo mismo y regresé con mucha pasión y mucho coraje”, me dijo. Y cumplió: ganó en Guatemala, Colombia, imponiendo las mejores marcas del rankig mundial. Una de las personas que más lo ha apoyado, dice, es la diputada por el DF Ana Julia Hernández. Pero quisiera, como se debe, el de las autoridades deportivas para devolverle a México el prestigiado lugar en marcha, en cuyo pódium México no se ha vuelto a parar desde hace 14 años. “Yo ya me vi allí. Allí voy a estar”, dijo antes de irse a ver, como suele hacerlo en las tardes, vídeos en Youtube de los momentos más sacrificados de los atletas del mundo cuando entran a la lucha por llegar en los primeros lugares de cualquiera de las disciplinas.
(ALEJANDRO SÁNCHEZ / @alexsanchezmx)