Autor de Narcoleaks y Obama Latino. Sus historias han aparecido en Etiqueta Negra, Gatopardo, Letras Libres y El Mercurio de Chile.
Han pasado cuatro meses desde la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Desde entonces han sucedido muchas cosas ilógicas, absurdas, increíbles y espantosas de esas que pasan en México todo el tiempo. La más importante –la más atroz– es una certeza: Nadie, nadie, nadie que no sea idiota o esté corrompido es capaz de decir qué sucedió con ellos, ni en dónde están. La versión del gobierno es que fueron asesinados por órdenes de un alcalde y sus cuerpos quemados en una pira, una versión asediada por las dudas y el descreimiento en la palabra de las autoridades.
Es México, el país de la inevitable sospecha: ¿Por qué no existe o no se ha hecho pública la declaración ministerial de José Luis Abarca, el alcalde al que el gobierno atribuye la orden de secuestrar y asesinar a los normalistas?
Es México, el país donde todos están libres de culpa: 123 días después de la desaparición de los normalistas no existe una disculpa ni un reconocimiento del gobierno sobre el error de fatales consecuencias que representó menospreciar, y disfrazar el grave problema de la inseguridad y el crimen organizado.
Es México, el de la política que engaña con la verdad: “Todos somos Ayotzinapa”, dijo el presidente Peña. Ahora el Ejército se prepara para brindar a los padres de los normalistas paseos tipo Disneylandia por los cuarteles militares que algunos sospechan pudieron ser el destino final de los estudiantes.
Es México, el país de la eterna impunidad: Raúl Salinas, símbolo de corrupción, es absuelto y se pasea en un auto de 2.3 millones de pesos, lo suficiente para alimentar juntas un mes a 15 mil familias pobres de Chiapas que sobreviven con 40 pesos a la semana. ¿Por qué lo hizo? Quizá con la misma lógica con la que se mata y se desaparece: por que es posible hacerlo.
Es México, el país de las jerarquías serenísimas, comodísimas, inalterables : “Si ya desaparecieron, ya desaparecieron”, dijo el obispo Onésimo Cépeda.
Es México, el país patriota donde se canta un himno y se declaman poemas sin sentido –”Se levanta en el mástil mi bandera, como un sol entre céfiros y trinos”– y donde se forman las generaciones del futuro en ausencia de civismo, de principios, de valores, de realidad.
Es México, por fin descubierto por algunos medios internacionales. El problema del presidente Peña –dijo The Economist– es que no entiende que no entiende.