“El pensil de las flores (muertas)”, por @jorgepedro

El jefe de la delegación Miguel Hidalgo mandó hacer anuncios que dicen “tú pagas, tú mandas” con el dinero de los que pagan y mandan. Lo han criticado y se entiende por qué. Al mismo tiempo, se reconocen los aciertos, como las mejoras al bello Parque Lira o la adquisición del Cine Cosmos para su rehabilitación. Ojalá que también se ocupe del Pensil Mexicano, tan olvidado, a pesar de ser el único jardín del siglo XVIII que queda en la Ciudad.

Está en Lago Chiem 80, en el antiguo barrio de Santa María Magdalena Tolman o Atolman, que hoy llamamos colonia Ahuehuetes Anáhuac. Dentro subsisten los restos de una capilla, cuya fachada churrigueresca se cree que

pudo ser diseñada por Lorenzo Rodríguez, el andaluz que reedificó el Colegio de Niñas y se encargó del Sagrario Metropolitano y de las portadas del Colegio de las Vizcaínas, entre otras obras importantes.

Pero el pensil se cae a pedazos. Y prácticamente nadie puede visitarlo. En la entrada, barroca y con candado, se lee un letrero: “Peligro, perros de guardia y protección”. El que esto escribe tuvo que fingir interés por un departamento en el desarrollo inmobiliario vecino, Vistalagos, para tener la oportunidad de echarle un ojo más de cerca. Sus habitantes son los únicos que admiran el jardín virreinal que nos ocupa, pues viven alrededor de él. Se ofrece una disculpa al muy amable vendedor que hizo la cotización de un departamento y que dice pencil en lugar de pensil. No hay que culparlo: la palabra, que significa “jardín delicioso”, está en desuso.

Al Pensil Mexicano también se le ha nombrado Pensil de las Flores, seguramente por el famoso vals de las flores de El cascanueces, ya que su estreno mexicano aconteció en ese sitio a finales del XIX. Pero originalmente se llamó Pensil Americano, cu

ando el señorón Manuel Marcos de Ibarra, bachiller en filosofía y cánones, lo mandó erigir en 1766 como finca de recreo.

En aquel tiempo, en los 14 barrios de Tacuba podían verse otras propiedades por el estilo, además de algún bosquecito de ahuehuetes. ¿Qué le pasó a la zona?, ¿por qué un monumento histórico como el Pensil Mexicano permanece en ese estado de deterioro? Quizá sea una buena idea averiguar más en la cercana cantina Chin Chun Chan, de 1904, en la esquina de Golfo de Adén y Lago Hurón. Con suerte algún vecino ofrecerá su punto de vista y de paso hablará de las pulquerías desaparecidas en el rumbo, como Los Siete Compadres, en Lago Chiem y Lago Bolsena, o de la cantina más pequeña de la Ciudad, que fue la Puerto de Málaga, de 1903, en la calzada México Tacuba y Av. Azcapotzalco. Puede que asimismo relate anécdotas relacionadas con las fábricas de ladrillo que hubo en esta parte de Tacuba durante los años treinta. Y ojalá que el señor que a veces se mete a cantar a cambio de unas monedas se eche “Los Pulques de Apan” de Chava Flores. El que paga manda. ¡Pero a pagar bien!

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 (JORGE PEDRO URIBE LLAMAS)