La semana pasada se reprodujo una idea sobre la llegada de Manlio Fabio Beltrones al PRI: su inequívoca lealtad al presidente Peña y la disciplina con la que el partido procesó el relevo, evocados como hechos extraordinarios. ¿A alguien sorprendió que fuese candidato único a la dirigencia?
Hundidos en una de sus peores épocas de descrédito y arrastrando a uno de sus gobiernos más erráticos y débiles en décadas, los priistas transformaron en apología una mala noticia: el regreso del presidencialismo como expresión de obsecuencia, de obediencia ciega, de asentir a todo lo que provenga de Los Pinos.
De la era control freak cuando Carlos Salinas lo decidía todo, a los tiempos del dedo que se amputó Zedillo para no incidir en las decisiones partidistas, el PRI ha recorrido distintas épocas sin democratizarse y abrir sus puertas a las ideas, a la discusión constructiva, al disentimiento necesario. A sus 86 años es un viejo que nunca aprendió a caminar solo, sin que una voz superior le advierta qué hacer, cómo comportarse, por dónde andar.
¿En dónde terminaron sus viejas escuelas de cuadros? ¿Qué fue del Centro de Estudios Políticos, Económicos y Sociales donde se impulsaron el debate y las ideas para consolidar al partido? ¿En qué momento el PRI dejó de producir líderes que pese a todos sus defectos condujeron al país, y comenzó a parir políticos como nunca infectados de frivolidad, corrupción e incapacidad?
En esas condiciones Beltrones emerge como un superhéroe, proclamado como el político más sólido del país. Sin duda posee virtudes y capacidades –como debilidades, defectos y lados b oscuros y criticables–, pero esta simplista canonización de San Manlio impide ver la realidad en la que ocurre su ascenso: se le cree el único priista –una arenga lanzada desde la militancia y replicada en los medios– capaz de frenar la caída en picada del país, del PRI y del gobierno peñista.
¿Es para hinchar el pecho de orgullo admitir que en el PRI no existe ningún otro político más completo y profesional? Si en otros tiempos de presidencialismo brillaron Muñoz Ledo, Moya Palencia, González Pedrero, Camacho Solís y Colosio, Manlio es un llanero solitario en un partido y un gobierno vacío de ideas, proyecto y líderes.
¿Cómo conducirá al PRI en esta crisis?
Con una especie de desdoblamiento de personalidad:
Beltrones, el profesional, hará cumplir casi todas las instrucciones del presidente Peña en el Congreso, y Manlio, el mecenas, impulsor y hacedor de carreras, encantador de serpientes y constructor de acuerdos, jugará sus cartas desde la dirigencia para hacer lo contrario que se jura que hará: despertar en la militancia un renovado ímpetu partidista –sacudiendo la acartonada idea de disciplina priista– y rebasar por la izquierda al peñismo para impedir lo que hoy parece muy probable: que el PRI vuelva a perder el poder en 2018.