Estoy frente a un pequeño pero repleto auditorio de chicos y chicas de preparatoria de la UNAM, en la ENEP Acatlán. Han venido a escuchar a uno de los cinco escritores que durante la semana irán a distintos planteles a hablar de su trabajo, relacionado, para usar un eufemismo común, con la diversidad sexual.
Es un grupo que se ha tomado una hora entre clase y clase para escuchar algo sobre nuestra historia o literatura gay. A diferencia de otras narrativas del pasado, no tengo nada contra qué defenderme; nada del pasado que deba disputar, ninguna versión a favor o en contra. Frente a ese auditorio, puedo contar la historia desde cero, cualquier historia.
Hace poco hubo una pequeña escaramuza cultural a propósito de la historia de la cuestión homosexual en México, causada por una exposición en el Museo del Chopo llamada Archivos desclosetados: espectros y poderes disidentes, que termina de exhibirse el 10 de septiembre. Las curadoras de la exposición fueron a los archivos de distintos activistas, los sacaron de las sombras y los expusieron sobre unas mesas bajo un cristal. Del techo colgaban unas banderas, en la pared del fondo, había un diagrama que resumía datos importantes de la vida LGBTTTI del país.
En un sentido general, la exposición tenía como propósito mostrar lo que la gente guarda en sus cajones, lo que considera que debe encapsularse en la memoria. La exposición era, por naturaleza, desordenada. Enseñaba cómo este grupo pequeño se había reunido, sacado sus fotos, hecho sus folletos; cómo este otro había organizado una fiesta, o una colecta, o participado en un debate o ido a una marcha.
La exposición,sin embargo, ofendió a algunos visitantes: en parte, porque las curadoras cometieron algunos errores y omitieron datos al consignar aspectos importantes de la historia. En fin, que había cierto descuido curatorial
El hecho hubiera pasado más o menos desapercibido si no es que uno de los asistentes a la exposición presentó una queja ante el CONAPRED con el argumento de que una crítica, que él había publicado en la página de Facebook de la misma muestra, había sido borrada. La queja ante CONAPRED extendía el argumento hasta este punto: que la mala curaduría, hecha con recursos públicos, afectaba la memoria de la comunidad.
Pienso como el columnista de Milenio Wenceslao Bruciaga, que el episodio fue algo melodramático e intolerante. Pero cuando miro al grupo de alumnos de la preparatoria que tengo frente a mí, dispuestos a escuchar cualquier cosa sobre la herencia de la comunidad gay, pienso que la historia no debería de contarse sólo con el lente de la victimización; nos está faltando de manera urgente una narrativa, contada por alguien, de adentro o de afuera, que logre conectar lo que le ha pasado y le pasa a la comunidad LGBTTTI con el resto de la sociedad. El papel de víctimas de la discriminación es uno; a mí me parece más atractivo el papel de agentes del cambio.