Luego de la historia que les conté la semana pasada, de Adrián y su ejemplar disposición para el servicio, varios conocidos y desconocidos (entre ellos algunos taxistas) me contaron historias similares, sin duda las hay, pero pocas veces se reconocen, ¿no?
El taxi, como la vida, es reflejo de quienes somos. Hay historias de taxistas buenos como el pan recién horneado, comprometidos con su chamba, y otros míseros y vergonzantes, sin orgullo por lo que hacen.
Me llamó mucho la atención una nota publicada esta semana por El Financiero, donde parecen sorprenderse de que un chofer de Uber pueda ganar más que un ingeniero o un sicólogo. No puedo negar que hay una parte que me incomoda mucho de ese planteamiento; por supuesto, alguien que estudia mucho muchos años merece ganar muy bien, pero acaso alguien que trabaja muchas horas y lo hace con mucho profesionalismo y ética ¿no merece el mismo nivel de bienestar?
¿Por qué en otros países (no voy a enredarme citando al “primer mundo”) no es sorprendente que un albañil, un carpintero o un granjero pueda ganar muy bien y vivir en una casotota, y aquí casi esperamos que la gente que ejerce un oficio esté por debajo de la escala socioeconómica de un universitario? ¿Dónde quedó el valor del mérito? Hay varios ciudadanos que no estudiaron nada, fueron votados para un cargo popular y ganan mucho, ¿el problema es que no estudiaron? ¿O el problema es que no hacen el trabajo por el que fueron votados?
Hay taxistas irresponsables, sucios, que creen que tienen tarjetón de impunidad para violar el reglamento de tránsito porque “están chambeando”, también hay universitarios, licenciados, ingenieros, médicos irresponsables que violan toda norma ética y estafan, roban, y violan la ley.
Ayer conocí a un taxista que también debería ser reconocido. Un taxi libre (ya saben, son mis favs) impecable: música a volumen adecuado –y desde su propio celular-, vehículo y chofer impecables, cero colguijos o tapetitos bordados o protectores o estampitas. Amable nos recibió con un “buen día” (nada de “señito, señoritas, qué guapas, ya de paseo”), y una vez arriba, la Celu pegó tremendo grito de entusiasmo: “Hay cinturoooones!!!!”, casi al mismo tiempo que chofer nos decía “si gustan ponerse los cinturones”. Nos llevó a nuestro destino con amabilidad, con servicio y con gusto. A sus 35 años, este hombre trabaja cada día para mantener a su familia. 10 horas o más, lo que dé el cuerpo y la mente, y le permita ganar para vivir como le gusta.
Hay gente que trabaja por trabajar, por llenar un espacio, por garantizar un ingreso. Y hay gente que trabaja por el gozo de hacerlo, por la pasión de servir o de curar o de escribir, y en la ganancia va el pago.
Rescato una cita de El Financiero que me gustó: “El negocio de Uber está basado en lo exitoso que sea o no tu chofer”, y ser exitoso es ofrecer un buen servicio, durante 10 o 12 horas al día, ¿el problema es que ese chofer gane mucho o que el promedio de salario para profesionistas sea tan bajo? ¿Dónde está el mal negocio?