Los remolinos, esas espirales que con inercia arrastran hasta su centro todo, tienen una característica particular: necesitan de una consecución de eventos o materiales para crearse, sea una corriente de agua, una ventisca sostenida o una ola de percepciones.
Hoy nuestro país está en un remolino de malestar creado por una marea de sucesos que sólo empeoran el estado de animo nacional y nos jalan hacia un centro de tristeza e inmovilidad.
El remolino que hoy vivimos empezó en una laguna plácida con una superficie estática, pero con movimientos sumergidos. Las reformas estructurales sonaban y nos generaban expectativas de futuro en lo económico pero también en lo social.
Sin embargo en las profundidades del país, las barbaries continuaban y, tal vez, se agravaban.
Las corridas de delincuentes en la frontera, el incremento de conflictos ante la detención de capos, pero sobre todo la absoluta impunidad con la que viven ciertas áreas del país empezaron a crear una primera corriente que aunque perceptible se asumía bajo control.
La descomposición de la clase política es la otra gran fuerza del remolino. Desde la creación de Morena con estructuras y lógicas clientelares, la honda división panista y la pulverización de su capacidad de concierto interno, la tentación financiera en todos los partidos, el priismo y la soberbia que gobierna a muchos de sus integrantes, y la ausencia absoluta de una izquierda perredista articulada, útil, relevante,; nos coloca donde estamos hoy y ya sólo vemos sus fiestas, sus moches, sus pleitos, y sus acusaciones, la fuerza del descredito político es mas fuerte que nunca. La interlocución con la sociedad casi ausente.
Y para darle la fuerza final al remolino: los últimos 40 días.
La intensidad y dolor de los sucesos, su gravedad y la forma en la que los diversos actores han actuado es simplemente inescapable.
43 estudiantes desaparecidos y seguramente muertos.
Detenidos por policías y asesinados por narcos.
En un municipio de ‘izquierda’, con un gobernador de historia asesina y solapado por el PRD.
Con un gobierno federal que prefirió la cautela excesiva y ahora administra lo incontrolable.
Con acusaciones entre los políticos que remiten al cobro de facturas entre ellos. Encinas acusa de complicidad criminal a los ‘Chuchos’ con el ex edil Abarca.
Y cuando uno pensaba que no podía pasar nada más: una malograda licitación de un tren, la cual desencadena conflictos: la comunidad involucrada acusa predilección por un consorcio. Se suman los de siempre –esos que siempre se suman a vociferar contra el gobierno. El presidente reacciona y echa por la borda la licitación. El secretario vive el parto de los montes para justificar la acción. Y ahora aparece un escándalo por la casa de la primera dama.
Y con estas corrientes que se entrelazan y empujan todo con violencia hacia una vertiginosa espiral de desencanto, enojo, preocupación y tristeza.
Un centro de calma resignada.
El país debe lograr que estas corrientes dejen de tirar, hay reconciliar a la gente con sus políticos, con sus gobiernos y esa es una tarea que o asume la clase polticia o no habrá retorno. Pero hay algo más. Una idea que a nadie place pero que es indispensable para terminar el proceso de descomposición: la corresponsabilidad. El problema es de todos y, sin duda, somos todos.
(Luciano Pascoe)