Cristóbal Suárez Sánchez es el señor de los perros. Duerme con perros, sueña con perros, vive para los perros. “Son mi fortuna y mi debilidad”, exclama y con la mano derecha en alto, espumosa y radiante de jabón, rasca el lomo y el pecho y las patas de Leila, que hoy se va del albergue San Cristóbal, en el kilómetro 107 de la carretera a Querétaro.
Cristóbal empezó a recorrer calles y recoger perros sin dueño hace 15 años. Rescató a Lucky, Puchi y Canelo, que un familiar había decidido no tener más en casa. Mientras buscaba un lugar para cuidarlos, un primo se ofreció a cuidarlos y los dejó ir. Los buscó durante meses. Nunca encontró a Puchi, una perrita maltés que comía pistaches sin cáscara y temía a los cuetes. Pudo recobrar a los otros dos.
No entendía que una persona pudiera deshacerse de un perro. Le parecía una crueldad. Ese día prometió salvar perros en el desamparo. Lo primero que rescató fue una camada de seis cachorros y cuando se dio cuenta necesitaba una casa para cuidar a todos los que tenía. Desde finales de los 90 se dedica a dar refugio a cachorros y perros viejitos, atropellados, enfermos y perras en celo y gestantes.
El refugio San Cristóbal es casa de Tostacho, Chuchochona, Lucero y 347 perros más. Hay dos grandes como lobos que viven separados del resto porque son dominantes. Hay bajitos y flacos y chaparros y gorditos como esa simpática hembra que es cruza de boxer. Hay negros y cafés y pintos y color oro y blancos y peludos y sin pelo. Hay un perro que no tiene un ojo, un basset hound con las orejas al piso, una guapa de un año cruza de Cocker Spaniel y un café con la quijada rota y la lengua siempre de fuera.
Durante varios años Suárez alternó la faena de cuidar perros con empleos vinculados al turismo. Como no le iba bien cambió de rubro. Vendió casas en Puebla, regresó a la ciudad de México, se dedicó a los bienes raíces, se divorció y fue contratado por otra empresa. Volvió a cambiar de rubro y se dedicó a la contabilidad, y en medio de esa vorágine de cambios lo único permanente en su vida eran los perros.
Tiene 350 en el Albergue San Cristóbal y otros 50 en una casa de la ciudad de México. El refugio lo construyó gracias a un donador generoso. Trabaja duro para cuidar de ellos y encontrarles una familia.
Ama a los perros y sus deseos y problemas tienen que ver con los perros. Desearía tener dinero para construir un espacio para rescatar cientos de gatos y cada treinta días su cabeza está ocupada pensando cómo hará para comprar las seis toneladas de alimento que sus huéspedes consumen cada mes.
“Son mi fortaleza y mi debilidad”, repite Suárez, moreno, bajito y con un rostro redondo y sonriente. Dice que a veces la cabeza no le da para nombrar a los nuevos huéspedes que llegan a su albergue. A uno de los últimos lo nombro Réplica, porque llegó un día que tembló dos veces.
El domingo, Suárez estaba contento. Leila, una perra blanca y peluda que parece un zorro, tenía casi un año en el albergue y no había tenido suerte. Hace dos días una familia llegó al albergue y la adoptó.
Suárez la bañó , le puso un collar rosa, la abrazó y le tomó una fotografía. Su celular está llena de fotos de perros que gracias a él hoy tienen una familia.
A veces, cuando está triste, Suárez abre su álbum infinito y sonríe.
Albergue San Cristóbal: https://www.alberguesancristobal.org/adopcionvirtual/
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(Wilbert TORRE / @wilberttorre)