En la larga lucha por hacer de México un país con elecciones medianamente parejas durante la campaña y suficientemente limpias el día de los comicios, los panistas de antes tuvieron que padecer múltiples triquiñuelas, así como tragarse demasiados fraudes. (Nota: también comunistas y socialistas, es decir la izquierda de antes, fueron víctimas de las trampas, pero esta columna es sobre el PAN).
Los partidos surgidos de la Revolución Mexicana, el PRI y sus ancestros, nunca dudaron de recurrir a todo con tal de ganar elecciones (ahí están los balazos a seguidores de Vasconcelos, Almazán o Cárdenas, por mencionar a tres candidatos que se atrevieron a enfrentar al partidazo). Con el pasar de las décadas, el autoritario régimen fue paulatinamente obligado a contener sus impulsos más salvajes, y los del tricolor trataron de guardar las formas volviéndose expertos en simular que cumplían la legislación electoral.
En ese mar de engaños, una de las cosas más difíciles para la oposición era probar en cuánto habían rebasado los priístas los topes de campaña. Porque siempre sucedía que, oh casualidad, a los del Revolucionario Institucional les surgían desinteresados amigos que prestaban autobuses para la cargada, camionetas para la avanzada, hoteles para el equipo de campaña; asimismo a los tricolores les sobraban manirrotos empresarios que pichaban gorras y camisetas con el nombre del candidato, lonas y plásticos para la propaganda, anuncios en los medios y que daban dinero para eso que los políticos llaman “operar”.
Por lo anterior, entre otras cosas, a las leyes electorales se incorporó el concepto de donativo en especie. Si a un candidato “le prestan” un auto, tendría que reportar como gasto el equivalente a lo que habría costado rentar ese vehículo. Así que esas “donaciones” ya no serían invisibles, sino parte del monto que hay que declarar. Esto, tan rebuscado y no necesariamente fácil de auditar, es un gran logro de viejos panistas, de militantes como Fernando Elizondo Barragán, quien este lunes renunció al Partido Acción Nacional (PAN).
Si ustedes se toman la molestia de leer la carta de don Fernando, corren el riesgo de que les pase como a mí. Línea tras línea se me venían a la mente varios panistas que correspondían puntualmente a lo denunciado por el hoy expanista.
Cito parte de la carta de Elizondo: “Renunciar al PAN significa para mí cerrar una etapa de mi vida en la cual actué alentado por la creencia de que este partido era el instrumento político más adecuado para la construcción del México del futuro. Esa fe, que tuvo sólido sustento en todo lo que el PAN logró en el pasado, hoy se ha agotado ante el alud de evidencias y experiencias que demuestran que el partido ha adoptado como propias muchas de las prácticas que siempre combatió. La corrupción, la opacidad, el acarreo, la afiliación masiva, la compra y coacción del voto interno y externo, el uso de recursos públicos para fines partidistas, el clientelismo, los puestos públicos como botín, la subordinación del bien común al beneficio personal o de grupo, la mentira y el cinismo como estrategia… Este es el sentimiento de un enorme y creciente número de ciudadanos que con razón dicen frustrados ‘todos son lo mismo’”.
No sé a ustedes, pero al leer a Elizondo me acordé, de entre otros, de Jorge Romero, el delegado de la Benito Juárez. Les cuento por qué.
Ocurre que hace unos días Romero dio su informe de actividades. Ya saben, ese ritual inútil. El panista lo hizo en un foro llamado el Pepsi Center, que está en el WTC y tiene una capacidad mínima para poco más de 3 mil personas. Cuestionado sobre cuánto costó rentar ese lugar, el delegado panista dijo que 60 mil pesos (sí, leyeron ustedes bien, la bagatela de sesenta mil por un set de esa calidad). Acto seguido, don Romero dio una declaración por la cual priistas de antaño, y varios de hoy, le podrían cobrar derechos de autor: “A mí me costó el Pepsi Center un simbolismo, es decir, ni siquiera sé cuál sea el valor de mercado del Pepsi Center, lo que sé es que don Justino Hirschhorn, que es el dueño y que evidentemente está en Benito Juárez, quiso tener ese gesto para conmigo”. (Reforma 21/02/14).
¿Se acuerdan como arranqué esta columna? Amigos manirrotos, empresarios desinteresados que tienen “gestos” con los políticos… Y políticos simuladores. Bueno, no es novedad, pero una vez más tenemos evidencia de que el descaro ya no sólo emana del PRI.
Simbolismo, qué interesante palabra la que utilizó don Romero, quien en el pasado reciente ha sido denunciado por alteración del padrón del PAN –vaya portada la que le dedicó ayer al tema Más /DF–, que ha sido cuestionado por vecinos (lean Libre en el sur o chequen cuentas de twitter como la de Eugenia Callejas –@LOMMX- o la de Héctor Rojas –@rojashector-), que se burló recientemente de la ley al colgar sus anuncios del informe de marras en lugares prohibidos: el delegado violando la norma; el delegado que promueve los puestos ambulantes, el delegado que cree que logrará salirse con la suya porque controla la raquítica, pero rentable, militancia panista del DF. En fin.
Romero simboliza el PAN que se extravió al llegar al poder; en cambio Elizondo, con su gesto valiente, lanza una llamada de atención: “Renuncio con decepción, porque estoy convencido de que México está urgido de contrapesos. Es precisamente en estos tiempos cuando México más necesita que el patriotismo, la honestidad, y una visión de largo alcance se imponga sobre la mezquindad, la corrupción, y la ambición. Si los partidos no abanderan esos valores, la esperanza está en una ciudadanía más participativa, más organizada y más demandante. En esos ciudadanos que, lejos de buscar obtener beneficios para sí mismos, se preguntan qué tienen que hacer para lograr una Patria mejor para sus hijos”.
Mucho me temo que cegados de ambición ni Romero ni los suyos entenderán el mensaje de Elizondo. Peor para todos.
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(SALVADOR CAMARENA)