Corría con mis audífonos en un sendero cerca de Avenida Aztecas, esa asfixiante franja de casas de tabique desnudo que mal disimula su desconsuelo un larguísimo camellón con juegos infantiles destrozados, mechones de pasto desaliñados que jamás han sido áreas verdes, grafitis que vomitan resentimiento y el hedor agrio de la basura mojada.
A unos pasos de Santo Domingo y otras colonias del sur del DF con familias apoltronadas, matrimonios que duermen junto a la abuela, varios niños en la misma cama, corría oyendo radio. Como siempre que lo hago, me ilusionaba que el monótono subibaja del torso y el tac tac de la suela contra el asfalto desprendieran una idea para esta columna.
Pero esta vez me recriminaba mi incapacidad para escribir algo con los nuevos datos del Coneval: 9.5% de la población está en pobreza extremas y vive con entre 29 y 41 pesos diarios. Los pobres moderados son el 36.6% y se las arreglan con 54 pesos.
Aunque amargos los números, no quería que mi columna cayera en la trampa de la eterna letanía: “Qué triste país”.
De pronto, en 102.9 FM Ke-Huelga, la emisora que escuchaba, surgió una voz familiar que narraba esto: “El viejo Antonio afilaba su machete y fumaba en el portal de su champa. Yo dormitaba a su lado, cobijado por el aserrar de los grillos”.
Era el subcomandante Marcos. “¿Qué será de ese cabrón?”, me pregunté. Lo llamé así. No sé por qué.
Me imaginé un día de 1994 leyendo la nota del alzamiento de indígenas con rifles de palo; me recordé emocionado porque al fin alguien, Marcos, sacudía a México y el mundo con la voz de los pobres; repasé cuando cubrí para el Reforma la caravana zapatista en Milpa Alta y, más que reportero, me sentía parte del movimiento.
Volví a mis audífonos: ahora Marcos repetía las palabras que le dijo el tal Viejo Antonio: “Es la injusticia que se hace gobierno la que descompone el mundo y pone a unos pocos arriba y a unos muchos abajo”.
Han pasado 21 años del “Sub” y el EZLN: aquí estamos, unos pocos arriba y unos muchos abajo. 11.4 millones de pobres extremos, 43.9 millones pobres moderados.
¿Y Marcos? ¿Por qué quien ahora se hace llamar subcomandante Galeano no se asoma a su país que regurgita pobres e injusticia? ¿Por qué sin morir murió y abandonó a sus multitudes salvajemente leales? ¿Qué gana esfumándose? ¿Qué hay detrás de su silencio? ¿Si un día eres líder y la gente se vuelca en ti, al otro día puedes partir campante y aspirar tu pipa bajo las estrellas sin hacerte cargo de la figura que construiste?
Entonces imaginé las horas, días, años destinados por multitudes a leer, escuchar, seguir a pie y cara a cara al hombre de pasamontañas que prometía luchar para que México renaciera. “Mucho tiempo perdido”, lamenté.
Cansado, en el tramo final de mi ruta me esforcé en recordar la última vez que supe algo del “Sub”. No pude.
Por eso vuelvo a preguntar: ¿qué es de ti, cabrón?