De natural pinto amargosa, pero en realidad paso de todo…con gran indiferencia. Salvo cosas que considero esenciales, por ejemplo, la bestialidad vial.
Así, de plano, no tolero que los ciudadanos actuemos como cavernícolas al tono de “que me importa”, “tengo prisa”, “no lo vi”, “un momentito”, “jodido”, “cómprate coche si no quieres que te empuje” y demás lisonjas chilangas.
Esta semana, el brillante Salles publicó un cartón que recibió más likes y shares que la caída de Madonna: los grados de pendejosidad de los conductores que invaden la cebra de cruce PEATONAL, en un intento necio, insensato, estúpido y soberbio de “ganar tiempo y espacio”.
Francamente, quiero enmarcar ese cartón. O mejor, alquilar algunos espectaculares (ajá, sueña AlmaDelia) para que TODOS lo vean y reflexionen.
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Salles clasificó el orden del caos vehicular en siete niveles: de buen ciudadano, aquel que se frena ANTES de la cebra peatonal, al pendejo al volante, ese que de plano se detiene DESPUÉS de las rayas blancas que alguna vez los Beatles inmortalizaron en Abbey Road.
En mi experiencia, casi todos los conductores ‘distraídos’ (que vienen hablando por teléfono, maquillándose, platicando o comiendo) caen en el nivel irrespetuoso: se detienen a mitad de la cebra. Me ha tocado ver que algunos se echan en reversa, y ha otros le he recordado… que invaden la zona peatonal, y he tenido que aguantar a muchos más que se ofenden con el comentario y contestan con ‘florido lenguaje’ como decían las abuelas.
El nivel hijo de puta-pasadito de la media zona se lo apoderan, por lo general, los microbuseros y taxistas. ¿Realmente creen que ganan mucho con hacer alto medio o un metro más delante de lo indicado?
Dada la cruel realidad, y dado que neceo con que Celu sea peatona, básicamente le he enseñado que, aunque el semáforo marque luz roja, NO cruce la calle hasta cerciorarse de que los autos efectivamente se detienen. “Pero si hay luz roja”, me dice, insinuando que tienen que frenar. Y así es como se educa a los chilangos: le explico que eso debería ser, pero que en realidad muchos no se frenan y es mejor esperar.
Es decir, nos adaptamos al caos.
Uno de estos días, sin embargo, perdí la paciencia. Eran las 5:20 de la mañana, o algo así, y andaba muy feliz paseando por mi barrio. Si le gano al amanecer siento que el día me rinde más (no me juzguen), así que disfrutaba yo de la oscuridad, los muy pocos autos y mi música. Estaba por cruzar una calle cuando vi que el ÚNICO auto que estaba detenido esperando la luz verde era un taxi nivel Gran Hijo de Puta-me estaciono sobre la cebra. No pude resistir: me acerqué a la ventanilla del copiloto para preguntarle cuál era su problema: ¿no veía la cebra?, ¿tenía mucha prisa?, ¿no le importaba?
Y claro, ¿por qué esperar un poco de decencia (#tantitamadre) de un taxista obtuso? No crean que me gritó, nooo, estuvo mucho mejor: abrió la puerta del auto, se bajó y muy en su papel de reychiquito-y-soy-machín, se plantó en mood “te voy a madrear”. Y se veía muy dispuesto a hacerlo, la verdad, así que aceleré mis pasitos y decidí apostar por ignorarlo, de verdad rogando que no se le ocurriera seguirme y preguntándome ¿Cómo cabe tanta furia y tanto cinismo en un cuerpo tan pequeño?
( Alma Delia Fuentes)