En su libro El cortesano y su fantasma, el filósofo catalán Xavier Rubert de Ventós ofrece una versión ficcionalizada de su paso por la política como diputado del parlamento europeo. Después de haber pasado buena parte de su vida estudiando los fundamentos teóricos de la política, el filósofo quiso experimentar en carne propia la realpolitik. Por momentos el libro ofrece una visión un tanto empática del quehacer político: los políticos, a diferencia del pensador especulativo, son hombres de acción que tienen que tomar decisiones incluso cuando no tienen los elementos suficientes para hacerlo, tienen además que soportar el peso y la presión de la facción a la que representan que tampoco conserva una unidad entre sí. La mayor parte del tiempo Rubert de Ventós nos enseña a ver elementos centrales de la sociedad a través de la conducta de los políticos que la representan.
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El día de hoy comienza formalmente el complejo proceso electoral en los Estados Unidos que habrá de elegir, tras la jornada del 8 de noviembre de este año, al sucesor o a la sucesora de Barack Obama. Como nunca antes, el proceso preliminar para elegir a los candidatos republicano y demócrata, ha desnudado la claudicación de la esencia democrática (en palabras de Patti Smith, la idea de que “la gente tiene el poder”) ante el poder financiero de los donantes y, sobre todo, ante el poder del espectáculo que los candidatos y las candidatas han montado en torno suyo en una enfebrecida y vergonzante carrera por ganar el favor del electorado.
Un editorial del New York Times ha recogido algunas de las frases más pintorescas que los propios actores y las propias actrices de la contienda han dicho al respecto: “La lucha libre profesional es más organizada y está más aterrizada en la realidad” (senadora Lindsey Graham), “Una especie de circo” (senador Ted Cruz), “la imagen del vacío viéndote a los ojos” (el operador político Rick Wilson). Al margen de los resultados del proceso electoral que tiene aún muchísimo camino por recorrer, hasta ahora el gran perdedor es el electorado de a pie que ha visto lo que antiguamente se concebía como un espacio para escuchar propuestas e intercambiar ideas, transformarse en un monstruoso espectáculo centrado en la combinación de dos variables que poco tienen que ver con el espíritu democrático: la recaudación de dinero y el montaje de una estrategia estridente, masiva y fincada en un efectismo de muy corto plazo.
Es muy difícil seguir hablando de verdadera representatividad en la democracia hoy en día. No obstante esto no quiere decir que los procesos electorales —y los eventuales triunfadores en los comicios— no nos permitan descubrir aspectos puntuales de las sociedades que los albergan. En nuestro caso: los alcaldes y las alcaldes que han sido ultimados, las fortunas dilapidadas por gobernadores, la asociación de legisladores con empresarios y capos, muestra de manera muy clara el derrotero que sigue nuestra sociedad. En el caso de nuestros vecinos del norte, la derrota de la razón, la mesura y los argumentos ante el fanatismo, el rencor, la ignorancia y el miedo.