“El tenor de las óperas imposibles”, por @wilberttorre

El viernes 25 de abril, cerca de la medianoche, la Metropolitan Opera House de Nueva York era un manicomio. Una tormenta de aplausos obligó al tenor Javier Camarena a regresar al escenario y repetir un aria de “La Cenicienta” de Rossini, una proeza que en 70 años sólo habían logrado Luciano Pavarotti y Juan Diego Florez, dos monstruos de la ópera.

Camarena nació en Veracruz en 1976. Es compacto, tiene un pecho de toro, unos ojos de aceituna y una voz calma de lector de poesía. La música le entró al corazón cuando tenía 5 años y caminaba a la casa de su abuela con una montaña de discos de Cri Cri sobre la cabeza. En la secundaria aprendió flauta. En la escuela de ingeniería la maestra de música Cecilia Perfecto le mostró un video de “Tundarot”, con Plácido Domingo.

“Fue como si hubiera abierto los ojos por primera vez”, recuerda Camarena. Dos años estudiaron una pila de óperas, hasta que ella renunció. Una nueva maestra le cambió el método y la voz. El tenor reprobó. Fue a ver a Perfecto y le suplicó volver. Un día que estudiaban un aria, ella le dijo:

“Tu voz debe crecer, Javier. Tienes que irte de aquí”.

Camarena se enroló en el conservatorio de Guanajuato y participó en una competencia en Perú, donde los nervios le secaron la garganta. Después se inscribió en el Morelli, un concurso de voces jóvenes. Con un saco prestado por un maestro cubano, cantó petrificado. Tras su segundo naufragio se concentró en las óperas de Rossini. Regresó a Perú y ganó una mención honorífica. Volvió al Morelli y recibió una beca. Un año después ganó el primer lugar.

Cantó varias óperas en México y fue aceptado en un taller en Zurich, a donde se mudó atraído por otra poderosa razón: allá vivía Francisco Araiza, un tenor mexicano que canta con destreza las óperas de Rossini. Camarena sólo permaneció cuatro meses. La Ópera de Zurich lo llamó. Los directores le entregaron un mazo de óperas de Rossini y un contrato de cinco años. Desde entonces vive y canta entre Suiza, Paris y Nueva York.

En octubre de 2011, la Opera de Nueva York se paralizó unos segundos. Camarena irguió el cuello como si escrutara un cielo sin estrellas y lanzó una ráfaga de cantos entrecortados y pletóricos de eso que en el mundo de la ópera se llama coloratura: una sucesión de notas rápidas, sin detenerse. 49 notas en 12 segundos. Una montaña rusa de agudos y graves subían y bajaban de su pecho de toro. Cantaba “Cessa di piu resistere”, un aria imposible de Rossini en El Barbero de Sevilla que en varios siglos solo han cantado unos cuantos.

El lunes 28 de abril pasado, tras la tormenta que el viernes previo lo obligó a volver al escenario en el papel del Príncipe Ramiro de “La Cenicienta”, Camarena regresó a la Ópera de Nueva York. La tormenta fue aún más grande. El milagro se repitió. El público lo obligó a volver a salir y repetir el aria imposible de Rossini.

En Veracruz, siguiendo la transmisión de la ópera desde una computadora, los ojos de Yolanda Pozos, madre del tenor, se nublaron de felicidad. Camarena salió del escenario, entró a su camerino y se tomó una foto sonriente, con la mano en alto y los dedos en V.

“Fue una noche mágica”, dijo el tenor de las óperas imposibles. “El estruendo de aplausos después del aria es el momento más emotivo de mi carrera. No puedo parar de reír de la emoción“.

En México, desde esas noches de abril, muchos han sonreído gracias a los cantos de Camarena. Su trabajo pertinaz, su espíritu inquebrantable, sus tercos regresos, son un haz de luz en un país que busca salir de las tinieblas.

Aquí el encore del viernes 25 de abril, en NY:

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(Wilbert Torre / @WilbertTorre)