El último día de las vacaciones

Se habla demasiado de la muerte del arte o la muerte de la novela, y demasiado poco de la muerte de las vacaciones. Las vacaciones desaparecen, como las especies se extinguen; pronto serán el pájaro dodo de los beneficios ofrecidos por las empresas. Las vacaciones —ese lujo extraño con olor a siglo XX, ese roadtrip de bolsillo— son especie amenazada. Lo que viene es el trabajo más o menos incesante, el océano sin costas de la labor remunerada a regañadientes. Atrás quedará, como una postal kitsch, la idea dorada del viaje a Acapulco, Cancún o Disneylandia (¿se le dice así todavía?)

El grupo de pop español Espanto tiene una canción, titulada como esta columna, que reúne muy bien cierto imaginario de las vacaciones españolas anteriores al advenimiento de la crisis. En nuestro territorio, para mí la canción que definió durante mucho tiempo las vacaciones fue “Capitán”, de Caló —proclamado himno de los 90—. En la letra, un tipo se va de crucero porque se gana una rifa, y vive una enredada travesía al cabo de la cual naufraga en una isla con mujeres neumáticas y seductoras: “y no estaba mi mujer/ uno de mis sueños se acaba de realizar”, dice casi al final. En “Capitán” las vacaciones no son fruto del ahorro, conquista sindical o beneficio de la nómina, sino puro resultado del azar o el milagro: un juego de números perfectamente aleatorio le permite al personaje darse sus vacacioncitas, pasear su botarga ideológica del salinismo por las aguas cristalinas del Caribe. Las vacaciones perfectas de los años 90 son esas: que por un milagro el chilango se libre, durante diez días, de su mujer y su suegra, beba champán y llegue a acariciar la promesa de un idilio.

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            No es igual el modelo de las vacaciones clasemedieras de los 70, que incluía la idílica imagen del viaje en coche a la playa, con maletas estrujadas en la cajuela. Todo eso desapareció para dar paso al penetrante olor a aceite de coco y el bronceado perenne —de cuyas secuelas Luis Miguel es víctima y vocero—. Además de, por supuesto, “La risa en vacaciones” (1988), ese humor sexista, como de diputado, cuyo éxito coincide temporalmente con el salinato. Y finalmente el “Capitán” de Caló, un poco en la misma línea pero con más concesiones a la estética junior.

Claro que idealmente, como apunta Guillermo Núñez, “una buena vacación no debe ser tan distinta de lo que hacemos a diario”. La vacación noventera presupone que esta aspiración, legítima y deseable, es imposible: que todo mundo en todo momento querrá escapar de algún modo de su trabajo.

Pero también las vacaciones neoliberales han ido desapareciendo y no las sustituirá la realización personal en un trabajo digno, sino la hora nalga vitalicia. Quedarán solamente, espolvoreados por el calendario, algunos días francos, un puente y un fin de semana largo. Llegará un tiempo en el que el último día de las vacaciones sea realmente el último, y la sensación de tener que volver al trabajo, en lunes, a las siete de la mañana, será terrible por definitiva: un volver para siempre.