La Federación Mexicana de Futbol no tenía más opción que echar a Miguel Herrera de la dirección técnica de la Selección Nacional. El Piojo no dejó espacio alguno para mantenerse en el cargo.
Que nadie equivoque la lectura del despido de Herrera. Lo cesaron porque golpeó a Christian Martinoli y esa es la pura y dura realidad. Como dijo Decio de María al anuncuiar el despido: a pesar de esa extraordinaria carrera deportiva, ningún resultado puede estar por encima de estatutos o reglamentos, menos aun del respeto y la libertad de expresión.
Herrera fue un ídolo como jugador para muchos, un ícono en la cancha y parte de históricos Toros Neza y Atlante era, sin duda, un simbolo de la ‘bravura’ chilanga.
Todos sabemos del carácter del Piojo; todos lo sabíamos. Tiene un historial de ser apasionado e iracundo, en una combinación de explosividad y mecha corta que le llevó en varias ocasiones a recurrir a los golpes y otras tantas a las patadas. Como cuenta Aníbal Santiago en Emeequis, desde que era niño, Miguel Herrera siempre ha sido así.
Su forma de ser se reproduce viralmente. A cada gol o error arbitral, victoria o derrota, sus expresiones de júbilo o furia corrían por las redes para hacer al Piojo trending topic nuevamente. Se convirtió, para deleite de todos nostros, en el rey del ‘meme’, de la fotografía que en su deformidad y absurdo nos fascinaba.
Por eso vale la pena pensar qué fue lo que realmente hizo que lo echaran. ¿Por qué hubo un respaldo casi unánime al despido de Herrera? ¿Por qué todas las voces se han unido en los medios contra esta acción (salvo los clásicos amargados)?
Porque el acto de Herrera va mucho más allá de golpear a una persona: es un acto deliberado de callar a un periodista en su crítica. Miguel Herrera, en esa intolerancia, demostró que no tiene reflejo democrático mínimo.
En un país donde persisten las agresiones contra periodistas –326 durante el año pasado–, necesitamos de acciones sistemáticas para defender el derecho que tienen de opinar. TvAzteca hizo lo correcto en pedir sanciones. Siempre que un periodista es agredido, los medios deben reaccionar como emrpesas y como gremio.
No importa si el periodismo habla del crimen organizado, los políticos o los entrenadores de futbol; la libertad de expresión no es regateable.
El verdadero error del Piojo no fue que le ganó la pasión, sino que trató de callar las críticas a golpes.
En todo el mundo y particularmente en México, eso es inaceptable.