Llevo poco más de un mes de haber cambiado mis oficinas al centro de la ciudad (torre latinoamericana, para mayor precisión) y aún no me repongo de la intensidad de esta zona. Desde una ventana veo la calle de Madero. Miles de personas como hormigas van y vienen en pos de no se qué.
El otro día quise encontrar una papelería. Estaba en la Plaza Santo Domingo, muy cerca de donde mi abuelo, el doctor Ismael Osorno, había tenido vivienda y consulta. (Ese edificio, por cierto, ahora está tomado por imprentas, que ocupan el salón principal de la casa. He cerrado los ojos para imaginar a mi padre, niño, jugando en el patio). Emprendí el camino hacia Mesones.
Cada cuadra es un mundo. Santos, iglesias, pirámides, cafés, restaurantes de postín, cantinas de arrabal, sanadores aztecas, vendedores ambulantes y palacios. La Catedral es lo mismo un paseo turístico, un acto de fe y un escaparate de oficios. He visitado ciudades muertas, como Dubrovnik, o ciudades museo, como París: esto no se parece a nada. Un comentarista chicano, Richard Rodríguez, de paseo por el centro, dijo que el Zócalo era el mejor testimonio de lo mestizo, por lo tanto, de la atracción sexual de dos polos, por lo tanto, una explosión sensual y barroca, pero también violenta.
Moneda es perfecta y Corregidora, unos metros más adelante, está llena de ferreterías. Un paso más hacia la Merced y estoy en el territorio de los salones de belleza al aire libre y los niños Dios. Una mirada se escapa por esa puerta y entra a un patio colonial; aunque luego se distrae entre las sandalias, los vestidos de olanes y los mil ojos inocentes de ese niño que se repite
Las papelerías en Mesones no son para mi. No puedo comprar al menudeo. Para tener un cuaderno debo adquirir cien. Busco un marcador y encuentro calcomanías de Hello Kitty. China es México es China. Compro un cuaderno.
De regreso, paso por el Colegio de las Vizcaínas, ahora convertido en salón de eventos. Yo he venido a bodas llenas de orquídeas. Aquí estudió mi madre. Su familia, rancheros de Jalisco empobrecidos, se refugiaron en la ciudad de México luego de la guerra cristera. Salgo al Eje Central, a la plaza de la tecnología, donde te ofrecen programas pirata o te roban el celular.
Finalmente, regreso a la Torre, pero el circo no acaba. Cada piso es un mundo: nivel uno abogados; piso dos dentistas; piso tres estéticas y ópticas, piso cuatro ventas por internet y así, pero no en ese orden. De vuelta a la ventana de la oficina: un mundo de gente va y viene por Madero.
La ciudad no se acaba, afortunadamente.
( Guillermo Osorno)