Salí ese amanecer del cuarto de María y sentí lo que antes jamás: la presencia de una mujer. Una segunda mujer. Y no me contuve. La miré manso, la obedecí, repasé su figura con lentitud. Mis ojos fueron una cámara que se relamió frente a ella con un ascenso ansioso y luego con un descenso apacible y sin pudor. María notó que yo miraba a la otra mujer. “¿Te gusta?”, me dijo, más como afirmación que pregunta. “Sí”, le contesté.
Lo que me estaba dejando pasmado en el pasillo de su departamento era un cuadro: el artista había pintado a una chica. Bajo una blusa escotada yo podía ver su ombligo, la cintura angosta, sus espléndidas caderas. De pelo lacio hasta los hombros, estaba en bragas. Sí, en calzoncitos blancos, tomándose una autofoto en el espejo de su baño. Ya sabes: mano sosteniendo su iPhone, el apagador de la luz al fondo y ella en pose caliente.
-Nunca había visto arte inspirado en una autofoto-, le dije a María.
-Lo compré en una exposición que se llamó Espejito-Espejito. Es de César Moreno.
-Extraño: un artista valorando las simples autofotos que las mujeres se hacen todo el tiempo.
-La pintura me encanta –explicó-: muestra cómo se representan las mujeres a sí mismas en nuestro tiempo.
-A veces me parecen tristes las autofotos de chavas en baños –le solté-. Siempre solas, luchando por excitar al voyeur. Y por vencer como sea a las otras miles de mujeres que se hacen fotos del mismo modo.
-No es triste: es una pequeña prueba de que las mujeres se bastan a sí misma para ser atractivas. Es independencia, autosuficiencia-, me refutó, sentándose con su escueto camisón al borde de la cama, despeinada.
-Yo más bien pienso a esas mujeres desoladas, diciendo, “¿en serio nadie quiere ver mi cuerpecito?”. Además el entorno: esa luz turbia de apartamento urbano, el vasito plástico de los cepillos de dientes; a veces se ve hasta el inodoro. Aunque ellas quieran aparecer divinas, a la foto la profana su realidad.
-Es parte del encanto –expresó María-, una especie de autoseducción íntima: “Hago muchas fotos, voy probando, me atrevo a hacer cosas con mi cuerpo porque todo es privado y elijo la mejor sin que nadie vea las fotos feas”.
-Hay excepciones –acepté-: algunas chavas salen preciosas. Pero casi todas caen en el estereotipo de la chica sexy.
-¿Y eso qué? Aunque sus ángulos sean muy estudiados, lo importante es que salen como quieren ser vistas.
-Una duda –añadí-: ¿a quién miran las chicas que se toman una autofoto? Al espejo, no. Al teléfono, no. Ni siquiera a ellas mismas. Las que se autofotean tienen una exasperante urgencia de que las vean; por eso, creo que sólo miran a las jaurías de Facebook para encenderles su instinto más primitivo.
-No se me hace malo. Mujeres y hombres somos primitivos.
María se levantó, caminó en el pasillo y no volteó a verme. Me pareció raro que entrara al baño con su iPhone.
-¿Te vas a bañar?-, le pregunté.
-No. Voy a tomarme una linda autofoto y te la voy a enviar a ti: primitivo.
********
SÍGUEME EN @apsantiago
(Aníbal Santiago)