Ayer por la mañana, en la escuela de mis hijos, escuché que había muerto la madre de dos alumnos. La asesinaron en su casa, en la delegación Coyoacán. Algunas horas después, tecleé en Google las palabras “mujer” y “asesinada”. En vez de la información que estaba buscando, encontré una lista interminable de noticias similares, fechadas entre mayo y los dos primeros días de junio. En la mayoría de los casos, los criminales no fueron detenidos.
Yo me pregunto cómo se hace, cómo hacen ustedes para digerir noticias como éstas; el niño asesinado en ciudad Juárez a manos de adolescentes que jugaban a secuestradores; las fosas en Veracruz y Guerrero, los periodistas torturados antes de perder la vida. ¿Cómo es posible que no estemos en estado de emergencia? ¿Dónde están las discusiones, de una ideología y de otra, paralizando las redes sociales, denunciando ya no el estado de las instituciones sino la absoluta ausencia de un Estado de derecho; la crueldad de los jóvenes mexicanos que son capaces de desollar y quemar vivos a otros sin más móvil que el placer por la violencia y las ganas de imitar a sus mayores?
Pienso en casos como el atentado en el distrito gubernamental de Oslo en 2011 o el de Charlie-Hebdo a principios de año, y en las reacciones de estupor y auto cuestionamiento que esos hechos suscitaron en sus sociedades. Los foros de intelectuales, los medios, los hombres y mujeres de cualquier ideología, saliendo a la calle, no a señalar con el dedo a los políticos, como hacemos aquí, sino preguntándose en primera persona “¿Qué estamos haciendo mal?” “¿Qué podemos hacer para evitar que esto siga ocurriendo?” En México no sólo las muertes se olvidan pronto sino que las consideramos ajenas, lejanas, intrascendentes.
Si hoy hiciéramos una encuesta en cualquier súper mercado o centro comercial, mucha gente no estaría enterada ni del asesinato de Luna Munguía, ni de los otros candidatos que otros se quitaron de encima antes del 7 de junio. ¿Qué hacemos con un país que en menos de diez años ha criado a una generación tan violenta y, a la vez, capaz de tanta indiferencia? ¿Será que de tanto convivir con los muertos nos hemos convertido en zombis? ¿O se trata de una selectividad clasista y convenenciera como la que mostró Peña Nieto conmoviéndose ante los asesinatos de Charlie-Hebdo, pero no ante el de Moisés Sánchez Cerezo? ¿Cuánto tiempo más seguiremos argumentando que “se están matando entre ellos”? y, perdonen la ignorancia pero ¿quiénes son “ellos”?
(GUADALUPE NETTEL)