Jamás pregunté a un entrevistado sobre la posibilidad de su muerte. No lo hice por incomodidad ética (¿quién soy yo para cavar hasta ahí el alma de alguien?) y para no ser cuervo, un ave de mal agüero. Pero esta vez, yo frente al gobernador electo de Colima, José Ignacio Peralta, era diferente.
Sus antecesores murieron mal. Silverio Cavazos con tres tiros junto a su casa mientras paseaba a su perro. Gustavo Vázquez al caer su jet desde 16 mil pies. La vox pópuli dice que al primero lo eliminó La Familia. Del segundo, en Colima no todos (por no decir pocos) creen la versión oficial: falla mecánica.
Lo cierto es que de 2005 para acá ser gobernador de Colima no es la mejor idea.
Total, en su oficina me animé a preguntar al gobernador entrante Peralta: “Ante la muerte de quienes lo precedieron, ¿vive con temor?”. Bajo una foto donde saluda sonriente a su admirado presidente Peña, respondió: “No me da tiempo de tener ese temor porque estoy ocupado. Vengo a poner lo mejor y trabajar duro: no creo que alguien quiera atentar contra esas voluntades”.
Pero todo indica que las voluntades de quienes son o fueron mandatarios estatales, sean funestas o nobles, no importan: el lunes, el exgobernador Fernando Moreno recibió seis disparos. Asombroso que con tanto plomo esté vivo.
Hace poco era creíble la postura de los sucesivos gobiernos del PRI (al estado jamás lo gobernó otro partido) que va así: Colima no tiene al mal en sus tripas, sino la abraza el mal: al norte le queda Jalisco y su Cartel Nueva Generación, y al sur Michoacán y sus Caballeros Templarios. La culpa de la violencia era de los peleoneros vecinos: “Cuando en Jalisco y Michoacán se ponen las cosas muy duras con la delincuencia se da un efecto migratorio”, dijo Peralta en esa entrevista.
Para un reportaje de la revista Newsweek en Español, el 8 de septiembre me reuní allá con dos veteranos periodistas locales, duros críticos del poder. “EL PRI estableció una verdad irrefutable: a Colima nada más se vienen a matar, es gente de afuera”, me dijo uno de ellos, José Luis Santana. A su lado, Javier Montes Camarena, periodista que ha querido ser amordazado por el PRI, añadió. “Si no es por los escándalos de corrupción del gobernador (Mario Anguiano), el volcán o los ciclones, el país no se entera nada de Colima. Fuera de eso estamos muertos”.
José y Javier me dijeron eso en Los Naranjos Campestre, el mismo restaurante donde esta semana el exgobernador Moreno recibió media docena de tiros mientras desayunaba.
Por lo visto, el mal ya no es naturaleza exclusiva de sus vecinos mal portados que se despedazan en Colima, mitad de camino entre sus casas. En esa entidad el mal retoña vigoroso y la muerte de personajes clave se instala como regulador de la política.
Entonces vuelvo a oír las palabras del periodista Montes Camarena sobre Colima, el estado invisible: “Estamos muertos”.