El 11 de abril de 2011 a las tres de la tarde, Eréndira Aristorena Chavarría introdujo 611 gramos de marihuana al Reclusorio Norte. Un custodio la detuvo y ocho horas después, en una celda daba a luz al niño que ahora corretea en uno de los patios de la cárcel de Santa Martha Acatitla.
Ese niño lleva el nombre de un héroe bíblico, tiene 3 años y 9 meses, va a la escuela dentro del penal, no conoce la calle, los perros y tiene miedo de las mariposas.
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Eréndira llevó oculto un puño de mariguana para venderla en la cárcel y sostener al hijo que llevaba dentro. Casi 4 años después y a punto de quedar en libertad su miedo no es regresar a la prisión.
“Mi niño no conoce nada de allá fuera”, dice Eréndira, una chaparrita cuerpo de uva –le dirían en las calles del DF–, guapa, de cabello negro y lustroso. “Hasta siente miedo de la lluvia de la tarde. ¿Cómo le voy a explicar el mundo que no conoce?”
Eréndira significa “mañana risueña” en purépecha. Eréndira de Santa Martha sonríe a veces. Cualquiera pensaría que la posibilidad de recuperar la libertad la hace feliz. Pero la vida no es fácil.
“Allá fuera –Eréndira mira por encima del mural de planetas y lunas azules que bordea Santa Martha– hay muchos que quieren suicidarse. No tienen trabajo, no tienen dinero. Gente de mi familia. Yo los animo. Échenle ganas aunque la cosa está muy fea. Lo que no mata te hace fuerte, les digo”.
En la cárcel Eréndira es la mujer de los 100 trabajos. Corta el cabello, teje bolsos, revende chocolates y aretes de otras presas, lava trastes y es instructora de zumba. No volvería a vender drogas ni a hacer nada que pudiera traerla de vuelta. Esta prisión –dice convencida– la ha hecho mejor mujer.
“Hay gente que vive una prisión más difícil. Están libres y viven la cárcel de la calle. Este lugar es bendito. Hay gente que no puede contar lo que yo te cuento”.
Dice Eréndira con su acento zacatecano y yo pienso en el campesino de Morelos que contó a un amigo que antes era pobre y estaba bien, y ahora con sus hijos asesinados es pobre y quisiera tomar las armas; en los muchachos del narco; en los niños de la calle; en los hombres y mujeres sin opciones que como quien sale a tomar el sol, deciden unirse a la delicuencia.
Pienso en un presidente que viajó a Londres con toda su familia a recibir de la Reina Isabel los aplausos que no recibe aquí; en la política que ha dejado de ser representación ciudadana y es pura representación de intereses.
Pienso en el significado de lo que me dice Eréndira al poner la notificación de su libertad sobre la mesa. Que si no sale ahora y sale en un año y 7 meses –debe ese tiempo de condena por no asistir a firmar la primera vez que cayó presa–, no estaría mal. Que no quiere salir para regresar y no volver a ver a su hijo. Que quiere planear bien las cosas.
Que tiene miedo de salir. Que aquí, con todo lo mal que se puede estar, está bien.
(Wilbert Torre)