La última vez que pisé la Cámara de Diputados contabilicé más de mil años de prisión con solo voltear a ver hacia la bancada del PRI. A la última alcaldesa con la que hablé el año pasado, los narcos fueron a quemarle su tienda de pinturas, todo por apalabrarse con el cártel contrario. El último senador que me encontré en un mitin es de ésos que cargan toda clase de principios por si se necesitan otros. El último funcionario con quien gestioné una entrevista tiene fama de corrupto y vividor. En la última elección presidencial que cubrí, la televisión y el dinero hicieron ganar al peor de los candidatos. La última legisladora con la que me senté a platicar cree que el dinero le va a quitar lo ignorante. Al último que he visto regresar del infierno es a Bejarano. El último delegado que encontré en el camino suele mandarle fotos a cuanta mujer se le cruza y presume que estudió hipnosis; según él, eso le ha ayudado a dejar de ser un míster nobody. Al último líder de partido que busqué resultó que le pasaba información y votos al rival. El último secretario particular con el que hablé se creía la cagada más grande que parió México. Y la última historia que escuché sobre un político me pareció un tanto tarantinesca: trata de un tipo que le pega a su secretaria y pasa el tiempo en su oficina jugando con una casa de muñecas.
En otras palabras, el político es un redomado cabrón.
En otras palabras, no necesitamos a los políticos.
Por eso, mañana que se instala el Congreso Popular en DF deberíamos acudir al Monumento a la Revolución, a las 10 de la mañana. Ignoro si funcionará la vía pacífica, yo soy de los que cree que sólo una rebelión nos salvará. Pero siempre vale la pena cualquier intento por rescatarnos. Creo que el Congreso Popular es una buena oportunidad para volvernos a necesitar, para enseñarle a la clase política que podemos organizarnos y vamos a patearles el trasero. Es hora de decirles No a tipos que, por ejemplo, están vinculados con el narco, que no leen las iniciativas que votan, que utilizan el poder para mandar a matar a sus enemigos o acosar sexualmente a sus empleados. Es hora de mostrarles que son prescindibles, que el pueblo respeta la Constitución y hará valer el artículo 39 (“El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”).
Es hora de dejar nuestra indiferencia. Es ahora o nunca. Porque ya sólo quedarían dos caminos: seguir viendo como la clase política se enriquece o la rebelión.
(ALEJANDRO ALMAZÁN / @alexxxalmazan)