Estamos indignados. En las últimas semanas hemos escuchados a funcionarios de todos los niveles decirnos que están indignados. Que la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa les indigna. Que la violencia les indigna. Que la participación de la policía en crímenes contra la sociedad les indigna. Estamos indignados. Estoy indignado. El Presidente está indignado.
Sólo que entre más se repite, más se vacía.
Cualquier psicoanálisis de banqueta nos dirá que si repito algo, seguro carezco de ello. Con la mirada fija te dice soy feliz soy feliz soy feliz soy feliz, para luego tirarse a las vías del tren. La repetición hace costumbre, si acaso, o se convierte en mantra. Pero no construye realidad.
El Presidente de la República a cuadro. Se le nota agotado, la mirada fija, el rostro desencajado. Relata a la nación que se reunió con los padres de los estudiantes desaparecidos. Que hablaron. Y por ahí suelta un “el Presidente está indignado”, como pudo decir “al Presidente le duele” o lo que sea. Se cuela esa tercera persona que marca distancia. El Presidente habla de si mismo y dice… El Presidente. En otro momento saldrá el vocero de El Presidente, también a cuadro, a decirnos que a El Presidente le duele lo que pasa. Que sí le duele. Incluso nos reiterará que saludó de mano a los padres de los estudiantes desaparecidos (y otros detalles de pasmosa trivialidad para los tiempos que corren). Son los tonos que marcan el ritmo de nuestro desencanto. Luego, o al mismo tiempo o en paralelo, vendrán otros: el ombudsman (sí, existe); el gobernador que fue y el que llegó; la oposición (es un decir); en fin, que para indignados tenemos quórum.
No, no soy cínica. Sí creo que al Presidente le conflictúe lo que sucede. Puedo creer, incluso, que le duela. Dejémoslo, por lo menos, en que le preocupa. Y no, no abrazo ningún análisis cortoplacista que aviente sobre los que hoy gobiernan la culpa de todos nuestros males. A estas alturas no hay color de partido que se salve, ni periodo de gestión. De algo debe servir nuestra (escasa) conciencia histórica.
Pero en la forma está también la esencia. Los viejos modales de la política que se siguen imponiendo, llevan al Presidente a hablar de si mismo en tercera persona, a resaltar la distancia, a borrar cualquier posibilidad de acercamiento afectivo y de mostrar que se es capaz de estar, aunque sea por un instante, en los zapatos del otro.
[Empatía: participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra.]
Show me you care.
Y no, no aplica sólo para el Presidente.
Es comunicación. Es convicción.
No sigan repitiendo que están indignados. Muestren que les importa. En este mundo de experiencias, la distancia afectiva congela. Y no hay repetición que la derrita.
(Gabriela Warkentin / @warkentin)