El domingo por la noche, MVS anunció el despido de Carmen Aristegui, su periodista con mayor rating y credibilidad.
Si nos atuviéramos a los comunicados de la radiodifusora, todo se originó porque los reporteros Daniel Lizárraga e Irving Huerta “comprometieron” el nombre de la empresa en el proyecto de investigación Mexicoleaks, una plataforma segura para que la ciudadanía filtre información a ciertos medios respetables. Lizárraga y Huerta fueron despedidos, Carmen condicionó la reinstalación de ambos, y los Vargas, los dueños de MVS, prefirieron echarla.
Quizá sea paranoia, quizá sea el aprecio que les tengo a Carmen y a Lizárraga, o quizá sea que el periodismo le enseña a uno las maldades que el poder es capaz de hacer, pero yo tengo otra versión: lo sucedido a Carmen y a su equipo es la contraofensiva de un gobierno que hace lo que le da la gana.
Carmen no es la típica reportera que camina las calles y, seguramente, ha tenido sus prontos y sus equivocaciones como todos quienes nos dedicamos a este oficio, pero su postura crítica y las investigaciones encabezadas por Lizárraga convirtieron a Carmen en la periodista mexicana con el mayor poder simbólico. ¿Y cómo le arrebatan ese poder? Corriéndola y marginándola. Personajes como ella no están contemplados en los planes de un gobierno que hace ministro a un exprocurador que arrastra leyendas negras, que nombra procuradora a la hermana de un directivo de Televisa, que busca privatizar el agua, que asume la desaparición de 43 normalistas como algo normal o que viaja a Londres y gasta como si el erario fuera confeti.
En los planes peñistas no estaba que se conociera la transa de la Casa Blanca. Sin embargo, fue descubierta por Huerta, por Rafael Cabrera, por Sebastián Barragán, por Jorge Navarijo y por Lizárraga quien, dicho sea de paso, es una máquina periodística, cuya virtud es el rigor. Ahora se sabe que los dueños de MVS le prohibieron a Carmen difundir el asunto de la casita, por eso sólo se publicó en Aristegui Noticias y en la revista Proceso.
MVS está en su derecho de imponerle a Carmen nuevos lineamientos y de acusarla de abuso de confianza en el caso de Mexicoleaks, pero hay una trampa: Carmen siempre ha tenido independencia editorial, MVS lo sabía y así la aceptó. En otras palabras, la empresa sólo buscaba un pretexto. Y si no es así, ¿por qué entonces no dirimió las diferencias en privado?, ¿por qué los desplegados?, ¿por qué decomisar las computadoras donde el equipo de Carmen tenía sus investigaciones?
Habrá quienes crean que el despedido Carmen es un asunto entre particulares y no faltarán los buitres que lo celebren. En mi caso, siento como si alguien hubiera estrellado un avión en mi cara. Lo sucedido a Carmen es el aviso de que la libertad de expresión no es un derecho que el gobierno está dispuesto a ofrecernos. Enrique Linea Mientos (diría el monero Hernández) quiere una prensa arrodillada, una que le aplauda sus reformas, que no cuestione la devaluación del peso, que acepte “la verdad histórica” de Ayotzinapa, que avale la impunidad y la corrupción.
Probablemente usted ha de pensar: Pinche Almazán, se volvió loco. Pero algo sí les digo: el despido de Carmen no será la única venganza de este gobierno en contra del buen periodismo. Ya verán.