No suelo ser pesimista.
Pero es que a veces la realidad se empecina.
Hoy sí soy pesimista.
Hace unos meses quise convencer a mi sobrina, que nació y estudia en un país lejano al nuestro, para que viniera a hacer su estancia profesional a México. Me parecía buena opción que pasara unas semanas acá, trabajara, entendiera parte de sus raíces. Ella se entusiasmó en un principio, hasta que vino la duda de la familia: es que México no es seguro, es que están pasando muchas cosas, es que supimos de fulano al que secuestraron, es que nos enteramos de la familia tal a la que asaltaron, es que nos dijeron que en casa de zutana han entrado a robar con singular alegría, es que es que es que es que. Es que, en resumen, nos da miedo.
Como no suelo ser pesimista, me enojé. A final de cuentas yo vivo en México, soy feliz, me la paso bien. Y pensé: ni modo, la distancia nos aleja.
Hasta hoy.
Hoy sí soy pesimista.
En sólo unos días se nos volvió a recrudecer la constante cotidiana. Decenas de estudiantes desaparecidos (sí, desaparecidos, vanished, fuera, perdidos); policías capturados por ¿la policía?, ah no, la justicia, porque fueron los que entregaron a los estudiantes en manos de los malosos (sí, policía, esa que te debe cuidar, ajá); personas -¿supuestos delincuentes?- ajusticiados por ¿el Ejército? (sí, el Ejército, ese bien evaluado, que está para proteger a la nación y así); cuerpos encontrados, y luego siempre no, en el estado de México (sí, que no son veintitantos cadáveres, sino uno y unos animales, pero y qué hacen cadáveres… okei, no pregunto); fosas y más fosas y más fosas, con cuerpos y más cuerpos y más cuerpos, que no son los que buscábamos sino otros (sí, no son ellos, no ahorita, ¿entonces quiénes son?). El Momento Mexicano, del que se jactaba la presidencia de Peña Nieto, se está frunciendo, se ríen unos y lloran otros y lamentamos todos. No porque queramos aplaudirle el momento a nadie, sino porque no queremos hundirnos en la incapacidad de tantos. Bueno, ya es tan común que escriba yo Ayotzinapa en mi Whatsapp, que el corrector del teléfono (casi) inteligente ni me lo corrige (valga la redundancia). Ayotzinapa entró a la cotidianeidad de mis angustias.
Me quedé sin argumentos frente a los miedos de mi sobrina. Y como hasta la prensa internacional terminó su luna de miel con el presidente Peña Nieto, pues ni cómo pretender lo impretendible.
Así las cosas.
Con todo, espero que mi sobrina no esté leyendo esto. Me gustaría que un día venga a vivir a México.
Sólo que hoy… soy pesimista.