No sé si seamos los más rápidos para la descalificación, pero sí de los más avezados. Para la descalificación y la suspicacia. En eso, México seguro se lleva premio de altura. [Nota Mental: debo convencer a algún medidor de estados de ánimo social para que arrope con numeritos mi suspicacia.]
Si algo le sucede a alguien es porque “seguro estaba metido en… algo”. Si agreden a un periodista es porque “seguro estaba coludido con… alguien”. Si secuestran a un ciudadano es porque “seguro se ufanaba de… alguna riqueza”. Si corrieron del trabajo a un empleado es porque “seguro hizo…algo”. Así nuestra manera de defendernos ante posibles agravios, espantar los infortunios y alejar los males. De paso, criminalizamos a las víctimas. Pero, muy su bronca, “en algo andaban metidas”.
La autonomía en el andar es casi inimaginable. Y la solidaridad se quedó en canción de sexenio salinista. Porque si los unos sospechamos de los otros, los que dirigen sospechan de todos. Y a los espontáneos los aborrecen. Por eso arguyen siempre su inexistencia.
Si usted, lector o lectora queridos, fue a alguna de las manifestaciones del sábado para recordar la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, sucedida hace un año, seguro lo hizo cooptado por fuerzas malignas y organizadas. En los corrillos de la clase política se murmura, ceño fruncido y mirada de águila: esos que protestan vienen de parte de Morena, seguro, los manda el Peje para desestabilizar la ciudad; esos que se manifiestan son puros anarcos que quieren matar la tranquilidad del país; esos que marchan están organizados por los sindicatos (los que sean), son los antorchistas, son unos 400 puebleros, son acarreados, similares y conexos. “Oiga, licenciado (o maestro o doctor, que la clase dirigente se ha sofisticado), pero yo ahí veo gente común que marcha porque quiere hacerlo”. No sea usted pendejo, compañero, “en este país sólo algunos hacemos las cosas porque queremos”.
Recorrí el sábado la marcha en recuerdo a los normalistas de Ayotzinapa que se llevó a cabo en la Ciudad de México. Pude ver cómo se fue juntando la banda, llegada desde varios frentes urbanos. Sí, había grupos organizados y con consignas añejas. Pero había muchas, muchísimas más personas que estaban ahí porque querían: familias, niños, harto perro, grupos estudiantiles, adultos mayores, amigos que se reencontraron, colectivos urbanos, grupos artísticos, extranjeros curiosos. Y gritaban genuinamente indignados por lo que sea que cada quien cargue en su conciencia y le haga doler el alma. Just common people.
Pero seguimos regodeándonos en la suspicacia. Todos somos culpables a priori y nadie es capaz de andar por su propia gana. Y luego habrá quien todavía se sorprenda de que México sea el país latinoamericano más insatisfecho con la democracia (Latinobarómetro 2015 dixit).
Así las cosas.