De pronto me dan ganas de hacerme de una camioneta suburban, de esas grandototas.
Sólo por hoy, diría el clásico. Dejo mi navecita cotidiana, me trepo al camionetón, me lanzo al centro de la Ciudad de México. Ahí está el Zócalo, esa extraña plaza-plancha, gigantesca, que es un poco el ombligo de la capital mexicana y un mucho el polo de atracción de casi todos nuestros deseos públicos. Le doy un par de vueltas al perímetro cívico, en ese camionetón que gasta gasolina y gasta quincenas. Re chulas la Catedral, Palacio Nacional, Palacio del Ayuntamiento. ¡La nación, pué!
Y entonces… que me detengo y que me persigno y que me trepo a la plancha y que me acerco al asta bandera y que me estaciono. Ahí junto al asta bandera, porque ahí hay un filito de sombra. ¡Si tampoco se trata de que el camionetón se caliente!. Bien estacionado, faltaba más, me digo a mi misma. Bajo del suburbón, lo cierro y me voy a perseguir la chuleta sabiendo que ahí… es estacionamiento.
¿Ah, no verdad?
Que no es estacionamiento. Reculo pues, un rewind de los de cassette de antaño, y me doy cuenta de que todo mi relato inicial es inverosímil: ni tengo camionetón, ni me dejarán jamás subirme a la plancha del Zócalo capitalino, ni podré estacionar ahí mi nave para seguir mi jornada laboral. A menos, claro está, que sea yo invitada al Segundo Informe de Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto.
Viralizada, esa fotografía tomada el 2 de septiembre pasado, por ahí de mediodía. Muestra un Zócalo lleno de camionetotas, de las suburbans enormes que usan los políticos y los poderosos, y que manejan sus choferes y guaruras. Bien alineadas, todo un estacionamiento. A “alguien” se le ocurrió que era buena idea aparcar los automóviles de los invitados al mensaje del presidente Peña Nieto, por su segundo informe, ahí mero. En la plancha.
Hoy tendríamos que estar hablando de lo que informó el Presidente. De lo que vendrá: aeropuerto, metro, programas sociales… Tendríamos que debatir sobre logros: ¿inseguridad?, ¿derechos humanos?, reformas… Tendríamos que desgranar ese “cambio cultural” decretado (o deseado) y ese México que se quiere mover ¿hacia dónde? Ahí lo sustantivo, pensaríamos.
Pero unas camionetas sobre la plaza principal del país, lo opacan todo. Porque es la estampa perfecta del México de la impunidad, de los poderosos, de los que se pueden apropiar del espacio público sin que les echen al granadero. Porque es el México del “por mis huevos”. Porque es el México que no se mueve, ni en defensa propia.
Ni modo, ya no pediré prestada la camionetota.
(GABRIELA WARKENTIN / @warkentin)