Para los mexicanos, la palabra crisis tiene una triste familiaridad. Es parte de nuestra historia, de nuestra biografía nacional, familiar y personal. Los cuarentones como yo la recordamos como niños en los ochenta, como adolescentes en el 94, como adultos en 2008 y tal parece que ahora viene para instalarse de nuevo entre nosotros.
El gobierno dice que no volverá a ser igual, que ahora todo es diferente. El problema es que ya hemos escuchado eso antes. Y con tantos años de “mexicanidad política” sabemos que cuando el gobierno dice que algo no va ocurrir, casi siempre significa que hay que darlo por confirmado.
Por lo pronto la señal más conocida está a la vista: la devaluación (aunque ahora venga con el empaque menos dramático de “depreciación”). Primero llegamos a los 16 pesos por dólar, luego a los 17 y ahora los 18 son la nueva barrera que no queremos superar.
Se nos explicó que la caída del peso era por la incertidumbre ante el posible incremento de las tasas de interés en Estados Unidos, luego que los mercados – esos entes extraños sin nombres ni caras pero que cómo nos manejan- andaban nerviosos por la deuda de Grecia, y lo último es que todo tiene que ver con China y la caída de su bolsa, que no saben si es porque los nervios ya se volvieron miedo o terror, o si es porque objetivamente la economía China crece menos de lo que necesita el mundo que lo haga.
Como sea, el problema de esas explicaciones es que todo depende de otros. Es como el restaurante que al tener un cliente intoxicado le echa la culpa a un proveedor. ¿Eso debería calmarnos? No, porque quiere decir que estamos en manos de terceros, y que sus controles no sirven para nada.
Yo sé que ni el presidente Peña ni su gobierno deciden que pasa con la bolsa en China o con las tasas en Estados Unidos, pero las crisis demandan saber que hay un adulto en casa, capaz de tomar decisiones. Que si no se puede hacer nada con las causas, sí se está haciendo algo con los efectos actuales y potenciales. A los mexicanos, con las horas de vuelo que tenemos en el tema, no basta con que nos digan promesas insistentes de que no habrá aumentos de precios, que nos digan que estamos “blindados” o que todo esto será pasajero.
Mejor que nos digan los escenarios que podemos enfrentar, y, sobre todo, las medidas que está tomando el gobierno para hacer frente a lo que pueda venir.
Y como ya sabemos que vienen los recortes y los tiempos de apretarse el cinturón, esperamos que el gobierno empiece por sí mismo y por desmontar los privilegios de los que ahora gozan, ellos y todos los integrantes de la clase política.
Ojalá la realidad me desmienta, que por primera vez las palabras del gobierno sean la verdad, y que la ya bien conocida Crisis no vuelva a vivir entre nosotros. Pero si así ocurre, que al gobierno no se le olvide que está tratando con expertos – tristemente expertos – en esta materia.