Uno de los aspectos más desasosegantes de la realidad nacional –y vaya si tenemos de dónde escoger– es la total desvinculación que gobernantes y representantes populares de distintos niveles tienen con la opinión pública. No parece ser importante dónde está situada la realidad, sino cómo se puede inocular masivamente un mensaje que se ajuste a la narrativa del poder a través de la manipulación mediática y otros esfuerzos de propaganda.
Un reciente documental filmado por el cineasta norteamericano Robert Kenner demuestra cómo funciona la industria de la fabricación de opiniones en los Estados Unidos. La película titulada Merchants of Doubt [Vendedores de dudas]utiliza como primer ejemplo el caso de las compañías tabacaleras. Informes internos de las compañías líderes en dicha industria muestran con claridad que conocían y entendían el carácter adictivo y las consecuencias posiblemente letales de sus productos desde hace 50 años. No obstante, los esfuerzos de lobbystas y, sobre todo, de perversos pero geniales publirrelacionistas, lograron demorar cinco décadas la regulación gubernamental. Una estrategia similar ha sido empleada por grandes barones de las industrias energéticas, como los siniestros paladines del Tea Party, los hermanos Koch, para desacreditar la incontrovertible verdad acerca del cambio climático que amenaza con trastocar la civilización tal y como la conocemos.
La corrupción tiene dos orillas. Usualmente la opinión pública se aboca a denunciar la que corresponde a los servidores públicos y descuida lo que sucede en el otro extremo. Las asociaciones entre grandes corporaciones y representantes de gobierno, tanto en los Estados Unidos como en México, son brutales. Grandes sectores de la iniciativa privada son cómplices y promotores de la apabullante corrupción que campa en todas las esferas públicas de nuestro país. La propaganda tiene una honda y muy pensada estrategia detrás y, por supuesto, sería inconcebible sin la complicidad de grandes consorcios mediáticos.
A la manipulación de mensajes y la construcción de mentiras hay que sumarle el desamparo en el que operan los pocos periodistas que se atreven a denunciar las tropelías, que gobiernos como el de Veracruz cometen de manera sistemática y flagrante. Por si no tuviéramos suficiente con el contubernio informativo que existe entre grandes corporaciones y representantes de gobierno, las pocas voces y lentes, como la del fotoperiodista Rubén Espinosa, que se atreven a desafiar el status quo y denunciar abiertamente a criminales sentados en poderosas sillas de gobierno, son asesinados ya no sólo en el estado en el que trabajan sino en cualquier parte del país (incluido el D.F., entidad que según nuestro Jefe de Gobierno se encuentra blindada contra el crimen organizado).
Al cegar el lente de Espinosa se pretende cegar también nuestra mirada. La realidad en la que estamos sumergidos, no obstante, es tan espeluznante que cada vez admite menos posibilidades de encubrimiento.
(DIEGO RABASA)