Durante las últimas semanas, en las que toda revista o blog estadounidense le ha dedicado por lo menos un artículo, es difícil no concluir que Breaking Bad, la serie dramática transmitida por el canal AMC, es una obra maestra a la altura de The Sopranos, The Wire o Mad Men, su contemporánea. Los textos la alaban mientras teorizan sobre su desenlace. ¿Hay redención para Walter White? ¿Debe morir? Aquí no encontrarán hipótesis alguna sobre el final de la serie. Y no la encontrarán porque no me parece relevante. Las series y las grandes novelas deben ser juzgadas con una vara distinta a la que usamos para emitir nuestro veredicto sobre una película, precisamente porque su último trecho compone un porcentaje ínfimo de su contenido total y, por lo tanto, repensarlas por su conclusión es injusto. Una serie es buena si atrapa nuestra atención a lo largo de su desarrollo. En otras palabras, si llegamos al último capítulo, el programa cumplió su cometido. Es gracias a eso que no me arranqué los pelos con las últimas decepcionantes temporadas de The Office o Lost, y es por eso que el final incierto de The Sopranos, que tantos detestan, no me parece digno de mayor discusión. En el caso de un sitcom como The Office, que la última tanda de capítulos haya desmerecido frente al resto no me impide disfrutar de un episodio aislado de la magnífica segunda temporada, e incluso en Lost, una serie que puso tanto énfasis en la resolución de una ristra infinita de conflictos, hay trechos disfrutables, aun cuando sé que el desenlace es una idiotez. El trabajo de una serie y un libro amplio está en saber no soltarnos, en fijar una cita con el televisor u obligarnos a cambiar la página. El cine es otro boleto. En la vida, un lector cierra y no vuelve a abrir muchísimos libros, pero hay que ser un espectador más o menos quisquilloso para salirse de la sala de cine ocasionalmente. Una película, pues, nos debe un desenlace satisfactorio, ya sea una coda abierta, como Lost in Translation, o un punto final contundente, que no admite interpretaciones, como Dog Day Afternoon. Las novelas y las series, tan emparentadas que muchos medios estadunidenses se han atrevido a comparar a The Wire con great American novels como Moby Dick, sin duda mejoran si tienen una conclusión a la altura del resto del contenido, pero su calidad no debe depender exclusivamente de ello. Por lo pronto, yo disfrutaré (o padeceré) Breaking Bad, independientemente de lo que Vince Gilligan, su creador, decida hacer con Walter o con Jesse Pinkman, su depresivo colaborador. Durante cinco años, la serie ha sido una montaña rusa de ingenio, arrojo y suspenso. El punto final es lo de menos. El recorrido ya valió la pena.
(DANIEL KRAUZE)