No eran estampitas del álbum Panini de la Copa del Mundo España 1982, pero yo, un niño de unos 8 años, me les quedaba viendo como si lo fueran, embobado, queriendo entender el significado de esos logos coloridos que aparecían en muros callejeros, en estandartes colgados en los postes de luz, en pancartas sobre los puentes.
El más sorprendente era el del Partido Revolucionario de los Trabajadores: hoz y martillo socialistas en tercera dimensión, con relieve, como si se agitaran frente a uno. Luego venía el escudo del Partido Socialista de los Trabajadores: un engranaje gigante con el lema “por un gobierno de los trabajadores” y, dentro, la estrella roja de las cinco puntas (los dedos de la mano del proletario). Y no me disgustaba el emblema del Partido Mexicano de los Trabajadores: una mano roja y otra negra agarradas, ilustrando el lazo fraterno obrero-campesino. Tampoco faltaban escudos ordinarios: el tipográfico rosa con blanco del Partido Popular Socialista o el de la hoz y el martillo tradicionales del Partido Socialista Unificado de México. Con los años llegaron otros, como el del Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional donde al Tata Cárdenas lo acompañaban la estrella y el engranaje fabril.
Ya desde entonces, en épocas en que uno era un mocoso, la izquierda nacional era un carnaval. Bajo el argumento primario de que unos eran trotskistas y otros leninistas, la izquierda sangraba por sus irreconciliables fracturas. Y siempre perdía. Aunque todos proclamaban buscar el progreso desde la igualdad social, por sus estériles matices ideológicos formaban partiditos hormiga que exaltaban su identidad barajando las mismas palabras (revolucionario, socialista, trabajadores) y que -quizá sin quererlo- trabajaban para el enemigo: la derecha encarnada por el PRI. En aquel México, paraíso de dinosaurios, la derecha actuaba como una artillería de Panzers exterminadores con cañones mortíferos que avanzaban en bloque, mientras la izquierda eran miembros de una tribu, tal cual, en taparrabos y con tres flechas. Eso sí, aunque indefensos y en cueros, muy leales a esas convicciones que los diferenciaban de sus camaradas de otros partidos “progresistas”.
A más de 30 años de aquellos días de las mil un izquierdas, nuestra izquierda mexicana del siglo XXI se pelea desesperada arrancándose el taparrabos, gritando histéricamente, rasguñándose hasta extirparse los ojos. Complicado que un día se pongan de acuerdo en algo si su único sueño es arrebatarle a su hermano el micropoder. Que la izquierda siga jugando a las estampitas políticas de Panini, mientras los Panzers del PRI y el PAN avanzan cómodos y topoderosos para concretar una victoria de magnitud imperial que, ahora sí, puede ser eterna.
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(ANÍBAL SANTIAGO / @apsantiago)