Desde mi niñez he estado muy cerca de Francia y de su cultura. De chica viví varios años en la ciudad de Aix-en-Provence. No en el suntuoso Cours Mirabeau sino en un barrio de inmigrantes, principalmente magrebinos pero también de África negra y de islas como Martinica o La Reunión. A algunos de mis amigos no los dejaban ir a mi casa pues a menudo mis vecinos quemaban coches robados en los estacionamientos o entablaban peleas sangrientas. A lo largo de mi escolaridad vi a varios compañeros abandonar la escuela para, en el mejor de los casos, buscar un empleo.
En muchas de esas familias, la frustración se manifestaba con agresiones físicas que uno podía escuchar mientras bajaba por las escaleras o a través de las frágiles paredes de nuestros departamentos. Resulta obvio que en la marginación las perspectivas de éxito son más que escasas.
Junto a una mayoría derrotada de antemano, estaban también los que luchaban con todas sus fuerzas para superar sus circunstancias, obtener buenas notas, granjearse la simpatía de los suyos y también la del país de adopción. Los franco-franceses (así llaman allá a quienes han tenido ancestros de esa nacionalidad durante generaciones) eran minoría pero también los frecuenté e hice amigos cercanos entre ellos. Eran los años ochenta durante los cuales François Mitterrand hablaba de la igualdad de oportunidades; los años en que Coluche y Daniel Balavoine apoyaban S.O.S Racisme… Para mí Francia no fue nunca de un solo color.
Pasó el tiempo. Volví a México y estudié en el Liceo Franco Mexicano donde conocí a los expatriados y, al terminar el bachillerato, volví a vivir varios años en el hexágono: primero en Clermont-Ferrand y después otro lustro en París.
Desde mis once años he observado a los franceses de cerca. También desde esa edad he visto a Francia inclinarse cada vez más hacia la derecha. Primero Chirac endureció las leyes de migración, luego Sarkozy prometió limpiar de los gitanos las calles francesas con máquinas Kercher. Ahora, en las elecciones europeas, ganó Marine Le Pen, hija del candidato más racista de todos los tiempos. Tal es la postura que desde hace años ha tomado Francia hacia los inmigrantes. Por estas circunstancias, mucha gente critica que la talentosa selección francesa del Mundial de futbol 2014 sea multiracial. Del plantel de veintitrés, doce de sus jugadores tienen padres nacidos en el extranjero.
Argelia, Angola, Congo, Zaire, Guinea están implicadas en los genes de esta Selección y el goleador no sólo se llama Karim Benzema sino que usa una barba como de Talibán. «Si no los quieren, que no los fichen. » Se indignan varios de mis conocidos. Yo no estoy de acuerdo con ellos. Entre las cosas que más me gustan de Francia está su riquísima mezcla.
Los jóvenes que están ahí son como aquellos que vi luchar por tener un lugar en un ambiente hostil en todo, jóvenes que, con o sin diplomas, han logrado sobresalir en la música, en las artes plásticas, en la literatura. “Nadie ha escrito, pintado o esculpido si no es para escapar del infierno.”, dijo Antonin Artaud en Para acabar con el juicio de Dios. Por lo visto, con el futbol pasa exactamente lo mismo.
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(GUADALUPE NETTEL / [email protected])