Ahora que los sacrificios rituales regresaron a Teotihuacán y que el linchamiento es lo de hoy, habría que preguntarnos si la “ciudadanización de la justicia”(como debemos llamarle al linchamiento en estos tiempos de corrección política) será el único e irrefrenable camino ante la criminalización de la justicia institucional. Y si acaso no lo es, entonces habría que preguntarnos por qué cada vez son más y más frecuentes los casos en que los habitantes de alguna población deciden tomar la justicia por su propia mano.
Hace un par de días los furiosos habitantes de Atlatongo, en el Estado de México, detuvieron a tres personas acusadas de secuestro, mismas a las que condujeron a la plaza, donde las golpearon hasta causarles la muerte a dos de ellas. La policía y el Ejército entraron a negociar con la turba, que además bloqueó la carretera y retuvo al alcalde. Horas después el joven presuntamente secuestrado apareció en la carretera Venta de Carpio-Teotihuacán.
¿Se equivocó el pueblo al detener a las tres personas que reconocieron a bordo de la camioneta del joven secuestrado? La inmediata liberación del joven después de los linchamientos parece decir lo contrario, pero no sabemos. No hay manera de demostrarlo más que creyéndole a esa entidad ingobernable llamada turba salvaje, Fuente Ovejuna, para los antiguos.
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El 6 de mayo la justicia michoacana dejó en libertad al secuestrador de Rogelio Romo, su vecino Raúl Mariano Rueda, a quien la víctima había reconocido y a pesar de que él mismo había declarado haber llevado a la víctima a la casa de seguridad, a petición del operador del secuestro. La juez, como no se encontró un suéter del que se hablaba en el testimonio de la víctima, no pudo acreditar el delito y lo liberaron bajo las premisas del “debido proceso”. Así de cruel, así de absurda es la justicia mexicana.
Por casos como ese, que se repiten por todo el territorio nacional, ya nada nos garantiza que una justicia de linchamientos en la plaza pública se equivoque más que la justicia que nos proporcionan las instituciones encargadas de ello en este país. Lamentablemente la justicia institucional nos ha llevado mucho tiempo construirla (y corromperla), mientras que la justicia de la calle solo requiere un instante para aparecer y otro para desvanecerse sin dejar nunca constancia ni del crimen ni de quiénes aplicaron la ley.
En un país en el que la justicia es un juego esquizofrénico en el que un gobierno como el de Veracruz puede robar millones de pesos sin que nada suceda y, al mismo tiempo, un joven discapacitado, por el hecho de tomar una pepsi y dos manzanas en un Soriana es golpeado y encarcelado. En un país en donde un secuestrador es liberado porque no encontraron el suéter que llevaba el día del secuestro, la “ciudadanización de la justicia” parece el camino inminente, aunque a muchos no nos guste. Después de todo, como decía Cantinflas: “¿Vamos a jugar como caballeros o como lo que somos?
P.D.
¡Si Lope de Vega viviera, con nosotros estuviera!