Es evidente. Por eso no se entienden. Llevan décadas tratando de limar sus diferencias en vez de reconocerlas y aceptarse como son. Los maestros son de Marte y el gobierno, de Venus. Viven en planetas distintos, hablan en lenguas diferentes. Se sientan decididos a dialogar y terminan dándose de golpes y balazos. Los funcionarios de la actual administración ven a los maestros como dibujos de Calderón, y los maestros ven a los funcionarios como dibujos de Magú.
La barata teoría que el texano John Gray aplicó a los hombres y a las mujeres en la década de los 90 le viene muy bien al enfrentamiento en que están entrampadas las autoridades, la CNTE y las rémoras que acompañan a ambos bandos. Hablan en idiomas tan distintos que, probablemente, necesitan un traductor. O tal vez haga falta más que eso. No creo que un traductor pudiera salvar un encuentro entre Osorio Chong o Aurelio Nuño y un líder de la CNTE, porque, para que un traductor funcione los que dialogan tienen que tener algo qué decirse. En este caso, antes de que el gobierno siente a sus hombrecitos de traje en una mesa de simulación, ya la policía lo ha dicho todo. El lenguaje de las balas siempre despeja cualquier duda, aunque la duda será siempre quién disparó primero.
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Hace unos días, mirando el apocalíptico paisaje del México de las reformas de Peña Nieto, recordé a Carlos Monsiváis a un sexenio de su muerte. Antes de dejar huérfanos a sus gatos y a sus lectores, Carlos publicó un último artículo en el que hablaba del autoengaño al que se someten los políticos mexicanos de las nuevas generaciones. Haciendo un ejercicio de introspección del pensamiento de un funcionario promedio y poniéndose en sus zapatos, Monsi escribió:
“A la sociedad o al pueblo ya no se le convence, ha perdido el don divino de la credulidad, y, o no están informados de nada, o se nutren de internet, radio, incluso noticieros de televisión, celulares, o twitters. Y los que no, ni se enteran ni les importa, y con dificultad saben el nombre de alguno de nosotros, lo que llamamos aquí analfabetismo onomástico. Entonces, ¿a quién persuadir?, pues a los más enterados, a los más competentes, a los que rigen los destinos de la nación, nos referimos naturalmente a nosotros mismos. De esta manera nuestra estrategia mediática y nuestras redes sociales se dirigen a ese objetivo maravilloso: convencernos a nosotros mismos. Si logramos eso, lo demás ya no importa. Hablamos para oírnos y, sin broma alguna, la técnica es de una gran profundidad: el que persuade a las élites, persuade a lo más elevado del país. Por eso al autoengaño, como le dicen los resentidos, es la manera más solidaria y eficaz de ir avanzando en el gobierno”.
Lo que hace seis años distinguía a los funcionarios del calderonismo, hoy es una práctica común entre todos los mexicanos, sean funcionarios, policías, periodistas o maestros. Por eso nada se arregla, por eso todos los problemas siguen ahí, alimentándose de sí mismos, pero por eso mismo nadie se reconoce en el error ni es capaz de rectificar. Todos tienen razón. Si la realidad falla, es culpa de la realidad. ¡Que viva el autoengaño!
Recapitulemos: Los maestros son de Marte y el gobierno, de Venus, los medios son de Plutón y las redes sociales, de Saturno. La sociedad civil, mientras tanto, lo mira todo por televisión desde otra galaxia o desde un universo paralelo (o para lelos). Quizás ha llegado el momento en que todos deberíamos regresar a nuestros planetas.