No sé si Cristo llegó a decir esto alguna vez, pero sus representantes en la Tierra llevan a cabo esta máxima con la misma convicción con que han ejercido durante siglos la de “dejad que los niños se acerquen a mí”. Es como si la fe de los delincuentes pesara más o tuviera un grado de privilegio para ciertas religiones.
Así lo dejó claro el papa Francisco al predicar, más que con el ejemplo, con la contradicción. Una contradicción probablemente no voluntaria –quizás inevitable–, pero que retrata una realidad que se sobrepone a las palabras, por bien intencionadas que éstas sean.
Primero nos dijo: “La experiencia nos demuestra que, cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e, incluso, el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”, y luego saludó a un conmovido y sonriente Javier Duarte, gobernador de Veracruz, y le aplaudieron la Gaviota y Peña Nieto, con la tranquilidad espiritual que les da el recuerdo de su casa blanca, así como toda la clase política y empresarial de este país que se ha beneficiado en detrimento del bien de todos, como si no hubieran escuchado una sola palabra.
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Luego en Chiapas habló de pedirle perdón a los pueblos originarios por haber sido despojados históricamente, pero fue agasajado por el joven cacique Manuel Velasco (quien cachetea a sus empleados) y su esposa-aspirante a primera dama, la actriz Anahí.
En Michoacán el Papa le dijo a los jóvenes que son la riqueza de este país y que “es mentira que la única forma de vivir, de poder ser joven es dejando la vida en manos del narcotráfico o de todos aquellos que lo único que están haciendo es sembrar destrucción y muerte. Eso es mentira, y lo decimos de la mano de Jesús”, pero esa mañana Rodrigo Vallejo, hijo del ex gobernador Fausto Vallejo, quien se reunía con La Tuta, participó –con carita compungida– de la oración encabezada por el Santo Padre de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
Curioso y perverso país en el que los narcos, los corruptos, los explotadores, los manipuladores y todas las élites de un poder basado en la institucionalización de la desigualdad sean tan devotos y quieran ser bendecidos por el Papa con esa vehemencia, con ese fervor, como si realmente fueran buenas personas, como si no llevaran a cuestas la miseria económica y moral de un país entero.
¡Pobre Francisco! Tantas palabras, tantos discursos sobre el amor y el respeto lanzados al viento, para que entraran por un oído y salieran por el otro de quienes tenían que escuchar. Al final, su mensaje a este país y a su clase política puede ser sintetizado en lo que le gritó al joven que lo jalaba y que casi lo tira a su salida del estadio Morelos, en Morelia: “¡No seas egoísta!”.