Hace dos años en la milenaria zona desértica de Dana, en Jordania, un grupo de compañeros periodistas mexicanos y yo nos aventamos una cascarita inolvidable con unos niños beduinos. Ellos jugaban descalzos sobre las piedras y aún así (o quizá gracias a ello) tuvieron una victoria aplastante sobre una entusiasta pero deplorable selección nacional.
En estos momentos me encuentro arribando por tercera vez en mi vida al reino hachemita de Jordania, ahora no a echar una cascarita en el desierto, sino a ser testigo del primer mundial de futbol femenil en el mundo árabe. Si Alá lo permite, este viernes seremos testigos del partido de la selección mexicana sub 17 ante el equipo de Nueva Zelanda.
La relación del futbol con ese mundo es sumamente apasionada. En los mercados de Ammán se venden igual que en los mercados de México las camisetas piratas de Messi y de Ronaldo, y el entusiasmo que acompaña las transmisiones en vivo de los partidos del futbol europeo no es muy diferente al que se vive en el mundo occidental. No por nada el periodista John Carlyn ha sugerido que los futbolistas más importantes del mundo, dada la influencia que tienen en el oriente medio, deberían pronunciarse contra el terrorismo y asumir de una buena vez que hacer futbol es también hacer política.
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En el caso del futbol femenil este es un hecho inédito. Si tomamos en cuenta que en Irán, a unos kilómetros de donde estamos, las mujeres no pueden ni siquiera ir al estadio a ver un partido, el que se realice en Jordania la Copa del Mundo es muy significativo no sólo para la afición local, sino por el efecto expansivo que puede tener la Copa del Mundo en los países vecinos, donde los derechos de las mujeres suelen brillar por su ausencia.
La tarde de hoy un contingente de periodistas y aficionados mexicanos nos pondremos la verde y acudiremos al bello estadio de Ammán a apoyar a las jóvenes de nuestra selección. Allí hace dos años me tocó presenciar la primera visita del Papa Francisco a tierra musulmana, donde los cristianos son minoría. Ahora vamos a atestiguar otro fenómeno que en mucho se parece a la religión, sólo que el culto futbolero no excluye ni a cristianos ni a musulmanes, quizás porque como dice el querido Juan Villoro: Dios es redondo.