Idea para la próxima película de Alejandro G.Iñárritu: nos encontramos en el Nuevo Oeste. Dos vaqueros con cara de malos se miran fijamente a la distancia. No se mueven, no parpadean. Todo el pueblo está paralizado alrededor de este duelo. El viento sopla entre ambos silbando la melodía de El bueno, el malo y el feo, de Ennio Morricone. El Chivo Lubezki hace un paneo hiperlento con la cámara para retratar la tensión del momento. El aire se podría cortar con una cucharita cafetera. Entonces, la pantalla se divide en dos, gracias a la magia de la edición, y vemos como los vaqueros sacan simultáneamente sus móviles y abren sus periscope. El resto de la película es la exasperante espera para ver quién la caga primero.
Sí, ya sé, la idea es pésima, pero por lo menos Arne aus den Ruthen podría hacer el oso. Claro, si es que Iñárritu decide incluir al oso en este horrible western. Lo cierto es que, más allá del city manager justiciero, hay que reconocer que nos hemos convertido en una sociedad vigilante y delatora que celebra la exhibición de cualquiera como mecanismo de denuncia, pero también de justicia inmediata a través de la humillación pública. Nos hemos llenado de Lords y Ladies, pero su reiterado balconeo no parece frenar su proliferación.
Todo queda documentado en video si no es que está siendo transmitido en directo. Tenemos cámaras que te toman la foto si te excedes de la velocidad permitida, tenemos ciudadanos que filman madrizas, asaltos, violaciones y todo tipo de excesos y los suben a Youtube. Tenemos autoridades como el secretario de Educación, Aurelio Nuño, que periscopean todos sus actos para que se vea que sí trabajan, y otros como Arne que andan a la caza de ciudadanos perniciosos. La vida se ha convertido en la exhibición del otro que es peor que yo, pero cuidado, porque siempre hay algunos que se creen mejores y el periscopeador puede salir periscopeado, y no siempre el que está libre de pecado –o de delito– es el que hace el primer periscope. Por otro lado, el que todo sea registrado no necesariamente incide en el hecho de que se haga justicia ante las faltas o delitos registrados.
Si cometes una falta o delito siempre habrá una cámara lista para delatarte (a menos que seas del grupo privilegiado de delincuentes que nunca son grabados), pero si tú como ciudadano necesitas un día de una de esas grabaciones o testimonios es probable que no esté a tu disposición o ya no exista.
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Así le pasó a mi querido amigo Lalo Limón, quien fue atropellado hace algunos meses en la colonia Roma, sin que su atropellador se detuviera a ver si lo había matado o solo lo había herido. Limón quedó severamente lastimado de la rodilla y estuvo varios días paralizado en su casa. Cuando pudo levantarse e ir a hacer su denuncia, resulta que el video del C4 donde se veía su atropellamiento sí existió, pero ya lo habían borrado, o no se lo quisieron dar. La cosa es que su atropellador sigue en la impunidad nuestra de cada día, y Limón apenas dejó el bastón hace unas semanas después de una costosa operación e innumerables consultas y tratamientos.
Mientras Limón se recuperaba viendo cómo la justicia no lo pelaba en absoluto escribió una obra de microteatro (que cierra temporada este fin de semana) “Paquete aparezcas”. En la obra cuenta su historia y al final le pide firmas al público porque solicitará formalmente a la Asamblea de Representantes de esta ciudad que las imágenes donde sea registrado un delito no sean borradas por el C4 y, al contrario, se haga una investigación de oficio, aunque no haya una denuncia de por medio.
De lograrlo, Lalo Limón se convertirá en el primer ciudadano que tuvo que escribir una obra de teatro para las autoridades lo escuchen y no permitan que lo que a él le sucedió le suceda a otros, incluso al cabrón que lo atropelló, al que Limón lamentablemente no tuvo la oportunidad de periscopear.