Escribo estas líneas desde la hermosa ciudad de Buenos Aires. Vine hasta acá no solo para escapar del invierno chilango al verano argentino, sino también para participar en el Primer Festival Internacional de Cabaret, heredero directo del que realizan las Reinas Chulas desde hace 14 años en la ciudad de México.
Presentaré una obra llamada “El último mariachi”, la triste historia del último sobreviviente de una raza extinta: los mexicanos. Ando por el mundo con mi Patria portátil y lo único que nos dejaron los políticos cuando nos saquearon: un puñado de canciones.
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Quiero agradecer a la gente de esta ciudad el haberme preparado una recepción tan especial, con “marchas y piquetes” en las calles, que es lo mismo que manifestaciones y bloqueos; gritos, batucadas y petardos igual que granaderos atrincherados en algunas dependencias públicas y un caos vial de dimensiones patagónicas por el cierre del Subte —es decir el Metro—, porque un trabajador se electrocutó en las vías y el sindicato decidió suspender el servicio en toda la ciudad.
Realmente me siento como en casa.
Después de caminar cuadras y cuadras por Corrientes, que viene siendo una especie de Eje Central Lázaro Cárdenas versión argentina, tomé un taxi cuyo conductor muy enojado (y con justa razón) me dijo: “Macri cree que vivimos en Holanda y la realidad le va a dar un golpe”. Poco antes, en una entrevista de radio coincidí con el veterano escritor Noé Jitrik, quien vivió en México más de una década, y que ante las quejas sobre el estado de las cosas, dijo con tristeza: “yo ya he perdido varias ciudades”.
Pero aunque los bonaerenses sienten que pierden su ciudad, hay de pérdidas a pérdidas. Les hace falta venir a nuestra CDMX para recuperar su autoestima. Hay una cierta idea de respeto al otro que subsiste por acá que nosotros hemos perdido radicalmente, y hay una belleza ineludible y vaporosa en las calles que hace más ligero el aire y la existencia, pero lo cierto es que el verano está caliente y el dinero anda escaso. Y no es el calor realmente lo que jode, como dicen por acá: “lo que mata es la humedad”.