Para mi querida Lety Santos, q.e.p.d.
Señor, que en donde quiera se mete,
dejadme llegar al dos mil diecisiete.
Que en este mundo cada vez menos seguro
no me toque migrar, ni hacer el muro,
ni salir en el retrato del retrete.
Señor, yo le pido año con año
que no me vuelva otra lágrima del paño,
no permitáis que la tierra se caliente
y que no explote Tultepec, ni Medio Oriente
por el odio extraviado de un extraño.
Señor, el mundo hoy es ruleta rusa
y ya no tengo otro cambio de trusa.
Que la cumbre escarpada en la que trepo
no me lleve al dolor que hay en Alepo,
ni me enferme de indiferencia obtusa.
Que no se extinga otro pueblo ni otra etnia,
ni seamos absurda pirotecnia,
disfrazada de trágico accidente.
Que la muerte no llegue de repente,
que el destino solo sea una calumnia.
Señor, que mi volcán cierre su puerta,
y que la mujer dormida no esté muerta,
porque en México nos matan las mujeres
y hay idiotas que no quieren que te enteres,
y la gente se hace ciega, cuando es tuerta.
No me abandonéis, Señor, no en este año,
que ya habéis permitido mucho daño.
Que el más fuerte ya no imponga más su ley,
porque “we can be heroes just for one day”;
que la esperanza no se vaya por el caño.
Por los hijos, por tu madre, por tu hermana,
que no pueden aspirar a ese mañana.
Danos, Señor, coraje o mejor vete
para llegar vivos al dos mil diecisiete,
que hoy parece infinita la montaña.
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